DE PUERTO CANOA A SAN MARTÍN DE LOS ANDES
Comparto con ustedes esta segunda parte de mi experiencia por la Huella Andina. Se trata de un relato sobre la parte más concurrida y mejor señalizada, una de las más hermosas y con la ventaja de que puede ser caminada en su totalidad, sin conexiones vehiculares.
Día 7 y 8: Conexión a Puerto Canoa
10 y 11 de Enero de 2017
Ya mejorado el clima, nos despedimos de la familia de Doña Rosa. No tengo palabras suficientes para agradecer la hospitalidad que nos brindaron aquellos días de lluvia. Hicimos dedo hasta Aluminé. Tal como habíamos acordado, una vez en la YPF, nos dividimos: mis compañeros se quedaron y yo decidí seguir hasta Puerto Canoa para continuar la Huella. Hice dedo hasta Junín de los Andes, pasando la noche en el camping municipal.
Al otro día, luego de lavar la ropa y comprar bastantes víveres, tomé el micro hasta Puerto Canoa. El volcán Lanin se dejó ver desde la ventana por primera vez en su cara sur. Hacia allí dirigía mi próximo objetivo. Acampé junto a un grupo de scouts, a orillas del lago Huechuafquen. Los caiquenes paseaban alrededor de la carpa, mientas cocinaba una polenta en mi ollita personal.
Día 8: Puerto Canoa – Base del Volcán Lanin – Aila (30,2 km)
12 de Enero de 2017
Me desperté e inmediatamente levanté campamento. Dejé secando la carpa un rato, debido a la humedad de la condensación, rutina que se repitiría cada día en adelante.
Me recomendaron en informes que no tomara el agua de los arroyos aquel día, ya que el volcán Lanín estaba emanando cenizas desde su interior. El agua por lo tanto caía turbia y tuve que comprar agua mineral. Ese día escuché por la radio de la sede guardaparques, que había habido un muerto y tres heridos en el volcán, durante un entrenamiento militar el día anterior.
El cielo estuvo nublado y caían algunos chaparrones. A las 10 hs ya me encontraba en el sendero, que por suerte estaba muy bien mantenido y señalizado. Una vez en la base del volcán, a 1700 metros, las nube impedían ver la cumbre. Aún así el escenario era hechizante: envuelto en una manta de neblina que se movía a mi alrededor, pude observar la ladera del volcán, carente de vegetación, con sus piedras y saltos de agua, descendiendo hacia el valle del Huechulafquen.
A las 15 hs estaba de regreso y notifiqué de mi llegada a informes. Mientras almorzaba en un reparador descanso, me llevé una gran sorpresa: mis amigos llegaban a Puerto Canoa para continuar la Huella Andina. El equipo se reunía de vuelta. Así fue que a las 18 hs, partimos a la siguiente etapa: Aila.
El cielo se despejó y salió el sol. Nos dirigimos caminando hacia la angostura del lago, donde un muchacho nos condujo en canoa a remo hacia la orilla de enfrente. Desde allí comenzamos a caminar la siguiente etapa. Había mucha gente acampando y caminando por esta zona, a diferencia de los tramos anteriores.
Rodeados de bosque, tras subidas y bajadas constantes, llegamos a Aila. Una vivienda rústica sobre lo alto de una colina boscosa nos daba la vivienvenida. Abajo, se encontraba el lago y la zona de acampe, agreste y sin servicios. El lugar, era un auténtico retiro, totalmente apartado de la civilización, en medio de los cohiues, rodeado del apacible lago Paimún y coronado por el Lanín en todo su esplendor. Allí compartimos fogón y entablamos amistad con un grupo de jóvenes mendozinos.
Día 9: Aila – Termas del Epulafquen (15,1 km)
13 de Enero de 2017
El camino a las termas es un sendero angosto que pasa por bosque cerrado y partes de cañaveral. En algunas lugares hay presencia de ganado, lo que dificulta encontrar el sendero entre las mútliples pisadas. No logré ver la famosa máquina a vapor apodada “el locomovil”. Cuando menos lo esperaba, tras horas de caminata, levanté la cabeza y estaba parado sobre la ruta 62, cerca del paso Carirriñe. Seguí la ruta hasta llegar a las Termas del Epulafquen, llegando a las 13:30 hs.
En el camping de las termas armé campamento, cociné una polenta y me dirigí a los piletones de barro. Mientrsa conversaba con la gente que acudía al mismo lugar, puse los pies sobre las piletas agrestes, sin saber a ciencia cierta lo que había en el fondo. Ya sentado sentía que flotaba suspendido. Fue una experiencia interesante, aunque tengo mis dudas sobre qué sea más beneficioso, si estas aguas o un chapuzón en el lago frío. Una vez afuera me bañé con ducha y lavé la ropa.
Más tarde llegó el grupo de amigos mendozinos. Allí vi que venían súmamente cargados, con guitarra, abundante comida, caña de pescar, todo en sus enormes mochilas. Hacían pan casero y hasta habían llevado un cancionero para entonar por la noche. Volvimos a compartir el fogón, “payando” y guitarreando. La radio anunció por aquellos días que un grupo de jóvenes había “usurpado” una sede de guardaparques junto al Huechulafquen: eran los pobres mendocinos, perseguidos por la tormenta, que se habían metido bajo el primer techo que encontrar. Me contaron esta anécdota que aún me provoca risa.
El grupo de mendocinos me impresionó por su amable alegría, su espíritu de compañerismo, la confianza que pusieron en nosotros desde que nos vieron, y un aspecto no menos importante: la vida sana que llevaban, no tan común entre los mochileros, pero sí acorde con la actividad del senderismo.
Día 10: Termas del Epulafquen – Laguna verde (13 km)
14 de Enero de 2017
La etapa siguientes es una ruta vehicular, no por eso sin belleza. Hace su primera aparición el escorial del volcán Achen Ñiyeu, un gran valle de lava petrificada que desciende de la montaña y se interna en las aguas heladas del Epulafquen. Más adelante se suceden los espejos de agua hasta llegar a Laguna Verde, un pequeño paraíso perdido con playas de arena negra.
Podría decirse que recién en la laguna me normalizé del estómago. Hice una prueba comiendo tortas fritas y tomando mate. No se si fue la mejor idea, pero pasé la prueba. En el camping ofrecían hamburguesas y también hice el sacrificio.
Empecé a meditar una idea. Si lograba apurar el paso, abarcando más kilómetros por día, podría llegar a tiempo para regresar a Ñorquinco, retomar los tramos pendientes y terminar la Huella Andina en su totalidad para Febrero. Para eso tendría que caminar lo más rápido posible hasta San Martín de los Andes, la ciudad más próxima, que estaba a 70 km, y desde allí volver en micro hasta Aluminé.
Aquella noche fue la última con el equipo completo. Un joven sanjuanino se había sumado y comimos todos juntos. Plantié al grupo que la mañana siguiente haría algo arriesgado: empezar a meter varias etapas de Huella Andina por día. Si bien no era nada fácil, era la única manera de completar la travesía a tiempo. Mis amigos, en cambio, tendrían como meta llegar a San Martín de los Andes. Lo harían sin apuro, por su cuenta. Así nos despedimos.
Día 11: Laguna verde – Rincón de los Pinos – Auquinco – Puerto Arturo (40,3 km)
15 de Enero de 2017
El primer día de la Huella Andina estaba cansado. Para el cuarto día en Ñorquinco estaba extenuado. No solo cansado de las piernas, sino que la lluvia y el hambre me habían arruinado: me dolían los brazos por usar los bastones, los hombros por cargar la mochila, los pies por las ampollas y las piernas de tanto caminar. Sin embargo, diez días después, mi cuerpo se había transofrmado: se recuperaba cada noche, ayudado por el sueño, la elongación y, sobre todo, la alimentación (las veces que comí carne, sentí que me cargaban el tanque de nafta). También aprendía de a poco a mejorar la forma de caminar, con mayor velocidad, menor fatiga y usando mejor los bastones. Las ampollas se transformaron en cayos. El cuerpo cambiaba su metabolismo y me estaba poniendo realmente en forma. Creo que recién entonces logré entrar en sintonía con el sendero, perdí los temores y empecé a moverme con facilidad por la Huella Andina. Llevaba onces días caminando y recién empezaba.
Luego de secar la carpa por la condensación, partí a las 10 de la mañana por el sendero a refugio de los pinos. Comencé en un bosque de cohiues oscuros, de tamaño gigante, que custodiaban el lago. A medida que ascendía por la ladera de la montaña llegué a las piedras volcánicas que caían del Achen Ñiyeu. A las pocas horas parecía que estaba en otro planeta: era un inmenso valle volcánico, custodiado por el imponente Lanín por detrás. Este paisaje, desolado, abismal y silencioso, fue sin duda uno de los escenarios más increíbles de toda la Huella Andina.
Descendiendo por el bosque de lengas y siguiendo el cauce de un arroyo dejé atrás el valle volcánico. De pronto, estaba parado en medio de una pampa de pastos amarillentos. Una pampa totalmente virgen, sin una sola huella de ganado… inmensa y rodeada de montañas. Fue difícil no perderse, ya que por momentos el camino se confundía en el pastizal. La brújula fue de una utilidad invaluable. Así llegué a Rincón de los Pinos, un pequeño refugio en el cañadón de Auquinco. Unos chicos de La Plata estaban acampando allí desde hace dos días. Mientras almorzaba un sandwich de atún conversamos un poco. Eran las 14 hs.
A las 15:30 salí para Auquinco. El camino alternaba entre pampa y bosque bajo, cruzando varios arroyos. Al principio vadeaba descalzo, luego aparecieron los puentes. Cuando menos lo esperaba, encuentro una edificación incendiada. Un muchacho surge del bosque. Lo saludo y me confirma que estoy en Auquinco. A unos metros, detrás de los cohiues, estaba el Lago Lolog, gigante, profundo y turbulento.
Luego de conversar un rato con algunos caminatnes, decidí hacer el útlimo desafío del día: llegar a Puerto Arturo para el anochecer. Eran las 19 hs y me quedaban 12,6 km de caminata por la montaña. Comí unas galletitas, cargué de nuevo la mochila, los bastones y salí a caminar.
Tras subidas y bajadas, entre bosque de cohiues y cañaveral, llegué a las 22 hs, ya sin luz, a Puerto Arturo. El guardaparques me dijo que no estaba bien caminar de noche… es cierto y tenía razón. Pero cumplí con mi objetivo: adelanté etapas de la Huella Andina.
Día 12: Puerto Arturo – Laguna Rosales – San Martín de los Andes (29 km)
16 de Enero de 2017
Ese día no madrugué. A mi tiempo lavé la ropa y la puse a secar. Qué mala suerte que empeoró el clima y entre vientos y chubascos me fue muy difícil secarla. Muy demorado, salí a las 16:30 hs, contentándome con llegar a Laguna Rosales. Varias camionetas pasaban por la ruta y me tentaban para llevarme… pero elegí seguir caminando.
Hasta Laguna Rosales el camino es una ruta. El paisaje tiene su belleza, aunque me extrañó que el trazado del sendero no pasara bordeando el lago en lugar de ir por ruta. Ya que estaba a tiempo, a las 19:30, comienzo el sendero de Laguna Rosales hasta San Martín de los Andes. Empecé a cruzarme varios corredores de «trail running», que subían y bajaban los caminos, seguramente preparándose para la competencia del “Cruce”, tan famosa en la Patagonia.
Cuando anochecía pude vislumbrar desde lo alto las luces de San Martín de los Andes. Concí así la ciudad, a las 22 hs, buscando alojamiento. Me guié por los consejos de la gente. Como los alojamientos estaban repletos, ya planificaba tirar mi bolsa de dormir en alguna plaza. Finalmente encontré el “Arte Hostel”, con un lugar dispoible. Asegurado el pernocte, salí disparado a comprar comida (carne). Cené conversando con un grupo de jóvenes, que planeaban escalar el volcán Lanín.
Día 13: Regreso a Aluminé
17 de Enero de 2017
A la mañana desperté en una cama, cosa a la cual me había desacostumbrado. Estaba contento de haber logrado mi objetivo de adelantar etapas de la Huella. Lavé la ropa y la puse a secar en el tendedero. Mientras, me dirigí a la terminal de micros para sacar pasaje.
Una anécdota: ya sin noción del tiempo, me entretuve conversando en el hostel. Resultó que se hizo la hora del viaje, cargué la mochila y salí corriendo para la terminal. Vi cómo el micro se iba, absolutamente puntual, a metros de mi presencia. Inemdiatamente tomé un taxi y como si fuera una película de acción, le pedí al taxista que interceptara el micro. Efectivamente, experto el taxista, se adelantó a la policía caminera y frenó delante del micro, impidiéndole avanzar hasta que logré ingresar por la puerta, mostrando mi pasaje en mano.
A las 20 hs llegué a Aluminé y acampé en la camping municipal junto al río. Así culminaba una larga etapa de la Huella Andina.
(Continua en: Testimonio de la Huella Andina: Tercera Parte)
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