Luego de una conexión vehicular sencilla, la Huella Andina reaparece en las puertas del Parque Nacional Los Alerces, dando al caminante una despedida esplendorosa de más de 140 km, entre ríos verdosos, playas de arrayanes y lagos remotos. Tras compartir algunas reflexiones personales, termino aquí de relatar mi experiencia por la Huella Andina.
Día 37: De Villa Rivadavia a Bahía Solís (11 + 8,8 = 19,8 km)
8 de Febrero de 2017
Había poquísima gente en las calles de la villa, contrastando mucho con otras poblaciones turísticas de la Patagonia. El camping «El Abuelo», casi vacío, estaba a poco más de 1 km del inicio del sendero. Desayuné unas galletitas con mate como de costumbre y armada la mochila, a las 11 hs estaba ya caminando. Había visto el día anterior un cartel indicando que la etapa estaba “cerrada”, por lo que consulté al respecto a la gente del lugar. Me aconsejaron hacer el camino de todos modos, ya que se encontraba en buen estado y era transitado a diario.
El sendero comienza ascendiendo en altura entre el bosque de cipreses y las casas de algunos pobladores rurales. Algunos jinetes se cruzan con sus perros. Desde distintos puntos se puede contemplar la belleza del valle del Carrileufú. Más adelante, el sendero se estrecha y me guían con claridad las marcas amarillas que ha puesto la comunidad. Los niños de la escuela han construído bancos para descansar, notable ejemplo de contribución a la Huella Andinda. En determinado punto se abre una senda que conduce al bellísimo cerro La Momia, de tipo precordillerano; la Huella Andinda sigue por la derecha.
A medida que me acerco al Parque Nacional, va haciendo aparición el bosque de gigantescos cohiues. Las rocas glaciares, inmensas, sobresalen entre los arboles caídos y el sendero diminuto zigzaguea en la oscuridad. En cada mirador, se deja ver de a poco el Lago Rivadavia.
Al final de la etapa llegué a un corral y las marcas de Huella Andina desaparecían. Un poco desconcertado, seguí una picada de animal bastante ancha que descendía hacia el lago. Así llegué, un poco intuitivamente, a la Portada Norte, para las 13:45 hs.
Al ingresar formalmente al parque me llevé una primera desilución. Lo primero que me dijeron es que la Huella Andina “no existía más”. Sin embargo, yo venía caminando desde Villa Pehuenia… ¡no me la iban a contar! Le comenté al guardaparques que la senda de Villa Rivadavia era sencilla y estaba en buen estado, inculso teniendo en cuenta que era mantenida por la población local y no por el parque.
Mientras conversaba y hacía amigos huelleros, comí un aperitivo; pronto salí para el sendero a Bahía Solís. Tras pasar por un mirador increíble, el camino desciende, cruza la ruta y costea el lago hasta llegar a su cabecera sur.
A las 15:45 hs hago campamento, me pego un baño y lavo la ropa. Tengo toda la tarde para recorrer la orilla y buscar el Río Rivadavia… hasta me doy el lujo de pescar un poco, aunque todavía sin éxito.
Día 38: De Bahía Solís a Seccional Arrayanes (15,2 km)
9 de Febrero de 2017
El sendero del día siguiente comienza bordeando el Río Rivadavia y luego vuelve para cruzarse con la ruta en varias oportunidades.
En medio camino se llega al Lago Verde, encerrado entre montañas. La senda va faldeando la montaña a medida que nos acercamos al Río Arrayanes, gran protagonista del día. Este río es un espectáculo, casi misterioso… hondísimo, de colorido verdoso y transparente al mismo tiempo, arrastraba figuras que se dibujaban lentamente sobre la superficie . En determinados momentos se levantaba una neblina sobre el agua, moviéndose como partículas que daban un aire mágico al paisaje.
Y los graciosos arrayanes, vivos, silvestres, en todas partes… embellecen el paisaje con su contraste. Y eso que creía haber visto muchos en Quetrihué… pero esto superaba todo lo anterior.
Ese día me hice amigo de una pareja rumanesa, que viajaba por el mundo con su hijito bebé. Tenían una mochila donde lo llevaban sentado durante las caminatas. Se entusiasmaron con el hecho de que había traído la caña, así que les propuse salir juntos a pescar. A eso de las 19 hs tuve un pique de película: la trucha clavó, coleteó con alboroto y se desplazó hacia dentro del ancho río, llevándose más de media línea. Característico de las truchas marrones es luchar yéndose al fondo y esconderse entre los troncos sumergidos. Era un ejemplar muy pesado y la clave en estos casos es cansarlo, ya que tirando “seco” de la línea esta simplemente no soporta y se rompe. En determinado momento la trucha se “clavó” en el fondo del río y no quería moverse. Mi nuevo amigo rumanés se tiró a nadar para moverla un poco, pero tras 40 minutos de lucha, el pez cortó línea.
Como nos quedamos con ganas de comer pescado a la parrilla, compramos una trucha en el camping. Fue una jornada muy completa y divertida.
Día 39: De Seccional Arrayanes a Villa Futalaufquen (11,3 + 4 = 15,3 km)
10 de Febrero de 2017
Dedique la mañana a pescar con mi amigo rumanés, con quien nos turnabamos para lanzar con mosca. Para él era un gran privilegio usar mi caña, ya que no contaba con equipo y los permisos son excesivamente caros para extranjeros.
Luego de almorzar salí a la senda que conducía a primera instancia a la Laguna Escondida. A poco comenzar se llega a uno de los mejores miradores de todo el Parque: contemplé «en vivo» el mapa de la guía que llevaba en mis manos… el Lago Verde, el río Arrayanes, a lo lejos el Lago Menéndez y adelante un brazo del Futalaufquen.
Al llegar a la Laguna Escondida, lugar de descanso obligado, encontré dos chicos haciendo la Huella Andina y conversamos un rato. Lamentablemente perdí el contacto. A continuación se descienda, para cruzar nuevamente la ruta.
La segunda mitad de la senda continua bordeando el Lago Futalaufquen hasta Punta Mattos. Es muy sencilla en cuanto a la pendiente, lo que la hace una caminata poco desgastante, pasando por bosque, arena y sorteando algunos árboles caídos.
Finalmente llegué a Punta Mattos, un área de acampe libre con un paisaje amplio, la angostura del Lago Futalaufquen… ¡tan compleja es la belleza de estas aguas que permiten redescubrirlas siempre desde distintas miradas! Me entretuve un rato, mapa en mano, sentado sobre la playa, tratando identificar los cerros y el itinerario del día siguiente a la distancia.
Según la guía de Huella Andina, la etapa siguiente requería una conexión lacustre hasta el Lago Krügger. Sabía que no había servicio de lancha regular hasta allí, por lo tanto era necesario realizar el itinerario totalmente a pie, ida y vuelta.
Otro dato llamativo: el cartel de fin de etapa tenía la inscripción: “cerrado” (no así el de comienzo de etapa). El guardaparques me informó que el tramo efectivamente estaba deshabilitado, todo lo contrario a lo que me habían informado en la seccional anterior. Le expliqué que sin embargo el camino fue muy sencillo, ya que las marcas de Huella Andina se encontraban bien visibles. Había algunos troncos caídos, pero ningún riesgo o complejidad excesiva. Sea como fuere, logré cumplir con la etapa y valió la pena todo el recorrido.
A fin de continuar la siguiente etapa el día siguiente, hice dedo hasta Villa Futalaufquen. Volví a encontrarme después de varios años con aquel querido lugar. Había estado allí en el 2015, justo antes de los incendios… los carteles seguían en el mismo lugar y el Cerro Dedal me saludaba con su ladera quemada. El reencuentro lo sentí con melancolía.
Una buena noticia: la senda a Krügger estaba habilitada, así que armé campamento rápido, listo para madrugar y seguir caminando al día siguiente. En las inmediaciones de la Villa había señal de celular, así que aproveché para comunicarme con mi familia con mi primitivo celular Nokia.
Día 40: De Villa Futalaufquen a Lago Krügger (18,6 km)
11 de Febrero de 2017
Me levanté temprano para realizar el registro de trekking en la central de guardaparques. Estaba por emprender una de las etapas más fantásticas de toda la Huella Andina. Tras un desayuno opíparo en la villa, a las 10:10 hs estaba con los bastones en mano sobre el sendero.
La primera parte es un recorrido autoguiado, con carteles que indican las distintas especies de plantas. Al poco tiempo comienza el bosque quemado y aparece el antiguo cementerio del Puesto “Rozas”. Pasando por cenizas, el sendero en restauración zigzaguea y va ganando altura. Transcurre entre cañaverales, algunos verdes, otros secos, otros quemados; y a medida que se gana altura, el bosque quemado desaparece y sede paso a la vegetación de altura.
Sentía el viento helado de la cordillera, a medida que descubría la otra cara de la montaña, por encima del reparo del bosque. Por suerte la zona no fue tocada por el fuego… así se accede al punto más elevado de toda la caminata: el «Portezuelo». La vista, una de las mejores de todo el parque, permite contemplar todo el Lago Futalaufquen con sus distintos brazos, Punta Mattos, a lo lejos el Lago Menéndez y en frente, la frondoza zona intangible, coronada de nieve.
La siguiente parte tiene un largo descenso muy empinado. Me pegué algunas patinadas por apurado. De pronto se llega al nivel del lago y aparece Playa Blanca: un paraíso oculto, remoto, adornado con arenas finas, aguas mansas, enormes piedras glaciares y arrayanes coloridos.
Tentado a disfrutar un rato de la vista, realicé un descanso típico de Huella Andina: 10 minutos de elongación, hidratación y una barrita calórica como aparetitivo.
El sendero vuelve a internarse en el bosque y a la hora de caminata se descubre el hasta entonces invisible Lago Krügger. A las 16:45 llego a la cabecera del lago y el guardaparque me da la bienvenida.
El lugar, apartadísimo se prestaba a una larga estadía. Y para lujo de lujos… un refugio vacío, ex hostería, da techo gratuito a los caminantes.
Pero como soy de espíritu inquieto, el refugio y su enorme comodidad quedaban opacados para mi, frente a los misteriosos paisajes que rodeaban el Krügger… todo alrededor me generaba deseos de seguir explorando. Un río profundo, de color verdoso, surgía del lago y se internaba por los bosques en dirección sur. A su margen derecha nacía la senda a “Las Palanganas”. No lo pensé más… ¡suficiente descanso! Armé la caña y me largué caminar, entre coligües y cohiues, hasta los enormes pozones del río. A mi regreso de la pequeña excursión saqué una hermosa trucha, que pude degustar a la parrilla. Fue una jornada sin desperdicios.
Día 41: Regreso de Lago Krügger (18,6 km)
12 de Febrero de 2017
No tengo mucho que decir respecto al camino de regreso. El lago por la mañana helada se convirtió en un espejo quietísimo, con peces que saltaban de a ratos sobre la superficie.
La bajada del día anterior ahora se convirtió en una subida empinada de una hora, muy desgastante. Finalmente llegué a la Villa, todavía con el calor del día, para darme un buena ducha y descansar.
Día 42: De Villa Futalaufquen a Trevelin (11,4 km)
13 de Febrero de 2017
El día siguiente fue una historia aparte. Comencé con otra decepción: la senda a Portada Centro estaba “cerrada”. Dudando sobre cómo continuar con la Huella, decidí hacer aquella etapa caminando por la ruta y una vez concluído el recorrido, hacer dedo hasta Trevelin, ya que esta ciudad era paso obligado para continuar en Aldea Escolar.
Comencé siguiendo las marcas celestes y blancas que recorrían la villa y en determinado momento me adentré en el bosque por una huella vehicular. Seguí un pequeño tramo de sendero bien marcado, bordeando un alambrado para luego vadear un pequeño arroyo.
De pronto apareció el bosque quemado. Mi intención era seguir la huella vehicular hasta lograr salir por la ruta, pero la cuestión es que terminé haciendo la etapa entera. Me explico: la Huella Andina pasa aquí por huella de auto, en medio del bosque quemado. Sin embargo, las marcas se conservaron a pesar del incendio. En determinado momento, no vi más marcas y deduje que tenía que bajar a la ruta. En unos pocos minutos ya estaba en la portada del parque. Me llevó apenas 2 horas el recorrido y al igual que en los casos anteriores, no me explico como podía estar “cerrado”, siendo tan sencillo. ¿Cómo puede ser que una etapa tan difícil como la del Krügger haya sido abierta después del incendio, mientras que otras etapas mucho más fáciles, bien señalizadas, estaban cerradas? Dejaré el tema aquí, pero lamento que esto pueda deberse más bien a una falta de interés y no de presupuesto, como argumentan algunos.
Ya en la portada hice dedo a Trevelin. Armé la carpa en el camping de la policía y salí disparado a comprar víveres en el supermercado. Parar en una población tiene esta ventaja: mayor variedad y mejores precios. Así que compré yerba, queso, una garrafa nueva, galletitas, un salamín, en fin, lo mismo de de siempre. Y a la noche salí a recorrer un poco el pueblo, mientras meditaba un poco sobre lo inevitable: al día siguiente se acababa la Huella Andina.
Día 42: De Trevelin a Lago Baguilt (11,7 + 16 + 4 = 31,7 km)
14 de Febrero de 2017
A las 8:45 tomé el micro de línea a Aldea Escolar. El ambiente me era familiar, super cargado de estudiantes con sus mochilas al hombro. En la escuela bajamos todos. Un cartel con la inscripción “recorra la Huella Andina” me dio la bienvenida.
Los tramos siguientes estaban mantenidos, ya no por un parque, sino por la misma comunidad local. El pasiaje, con su belleza singular, resaltaba por el contraste entre ambientes: por un lado la estepa, el cauce de algún río adornado con sauces, algunos álamos plantados, a mediana distancia la precordillera con ñires y cipreses, y a los lejos, los bosques oscurecidos de perenne cohiue. La ruta se convertía en sendero y luego pasaba por varios puentes, algunos muy deteriorados.
Luego de casi dos horas de caminata llegué a Ruca Nehuén, junto a un antiguo almacén atendido por sus dueños. Allí, un cartel daba inicio a la siguiente etapa. Almorcé y a las 12:30 hs empecé la caminata final al Lago Baguilt.
Toda esta etapa va por una huella vehicular poco transitada. El camino va en constante ascenso gradual, desde los 300 msnm. hasta los 1100 m aprox., partiendo en el bosque precordillerano de transición, con hermosas vistas al área de la represa de Futaleufú.
Hacía mucho calor y la huella vehicular no daba reparo alguno. Por suerte, a medio camino se empiezan a cruzar varios arroyos que me permitían recoger agua, aunque anduve un poco «justo» con la hidratación. Al final del recorrido, el paisaje cambia totalmente: las cañas, cipreses y ñires dan lugar a un bosque de lengas y cohiues.
Y por fin, a las 15:30 hs, aparece de golpe el Lago Baguilt, totalmente escondido entre el bosque cordillerano. De agua cristalina y poca profundidad, el lago está rodeado de impresionantes montañas rocosas, con cimas puntiagudas y nieves eternas. Encontré un muchacho que me tomó una foto, justo en el momento antes de irse.
Me costaba creerlo, pero había concluído la última etapa de la Huella Andina. Besé el suelo. ¡Que sensación única! Una mezcla de alegría, satisfacción y rara tristeza…
Puede ser difícil de explicar, pero tardó un par de horas en “caerme la ficha”, como se dice. No había ningún cartel que dijera: «fin de la Huella Andinda»; tampoco había un guardaparque o alguien a quien preguntarle del tema. Un sendero seguía bordeando el lago y pensé: “¿y si la Huella sigue por acá? Ya que no hay ningún cartel, tal vez la Huella termina más adelante”. Así que seguí caminando. Sabía que arriba de un cerro había un refugio, como figuraba en el mapa… llegué a decirme: “tengo que seguir explorando, subir hasta arriba de todo”. Era tal mi deseo de continuar.
Así que caminé varias horas más. Pasé primero por una casa vacía de guardafauna, luego el sendero me llevó en ascenso por el bosque, entre piedras gigantes y algunos barrancos. Llegué a la cabecera norte del lago, donde desembocaba un arroyo. Me embarré en una playa, totalmente solo en la inmensidad de la montaña. Y cuando quise continuar ascendiendo, me tropecé. Hice un alto. En ese momento me di cuenta que estaba agotado y me fallaba el equlibrio. Mi cuerpo y mi mente estaban muy cansados. Entonces dije: “basta, hasta acá llegué.” Recién a partir de ese momento, tomé conciencia de que había terminado la Huella Andina.
Volví a paso lento a la entrada del lago, donde armé la carpa. Mientras tomaba unos mates empecé a recordar todos los lugares por los que había caminado desde Villa Pehuenia: pensé en los momentos difíciles, empezando por Moquehue, donde no encontraba el sendero; pensé en los amigos que había hecho en el camino. Mucha gente me había dicho: “no vas a poder hacer la Huella Andina”, o peor: “la Huella no existe más” y sin embargo… la voluntad lo hizo posible.
Me reía solo con mis recuerdos, pero también sentí un poco de tristeza… no había más Huella Andina que caminar, no había más marcas celestes y blancas por descubrir. Pensé: “si fuera posible, seguiría caminando la Huella toda la vida”.
Esa noche la pasé solo junto al lago, jugando con el eco de la montaña. Me acompañaba el crujido de las lengas y las truchas que saltaban sobre el agua. El frío repentino de la noche cordillerana me hizo entrar a la carpa.
Día 43: Regreso (16 km) y conclusiones
15 de Febrero de 2017
Desarmé campamento sin apuro, mientras tomaba unos mates al son de mis meditaciones. En cuanto a la logístico, el regreso fue un típico itinerario mochilero: regresé caminando por donde vine hasta Ruca Nehuén, donde hice dedo hasta Trevelin. Allí tomé un micro a Esquel y el mismo día saqué pasaje para La Plata. Mirando por la ventanilla, cada bandera celeste y blanca me recordaba al sendero…
Pasé a visitar a una amiga scout, Pato, y tomamos unos mates. La noche la pasé en un hostel barato; por fin me reencontraba con una cama, pero ya no era la misma comodidad… ¡me había desacostumbrado! Un mes después todavía me despertaba pensando que estaba dentro de la carpa. Fue difícil abandonar la vida austera del sendero, una vez que le había agarrado el gusto.
Quiero terminar el relato con algunas reflexiones personales. Para mi fue suficiente incentivo para emprender la Huella Andina que me permitiera hacer lo que más me gusta: caminar la montaña. Pero además de la actividad física y la naturaleza tangible, la Huella Andina fue una experiencia que brilló por sus aspectos inmateriales.
Quiero comenzar diciendo que con la Huella Andinda vencí uno de mis principales temores recientes: el impedimento físico. Dos años atrás había sufrido una tendinitis muy fuerte que me impidió realizar actividades en la montaña. Llegué al punto de temer no poder volver a hacer trekking. Así fue que un año antes comencé a prepararme: realicé rehabilitación y comencé el gimnasio. Salía día por medio a caminar con la mochila cargada. Estudié detenidamente cuestiones que antes subestimaba, como el calzado apropiado y el peso de la mochila. Leyendo artículos en Internet, aprendí a disminuir el peso de la carga e incorporé equipo más moderno, como los bastones de trekking. Todo esto contribuyó a tomarme el asunto con mayor seriedad.
Al principio pensé: «voy a intentar hacer la Huella Andina, pero llegaré hasta donde Dios quiera». Tenía mucho miedo de cómo iba a reaccionar mi organismo, pero a medida que superaba cada etapa, fui ganando confianza y me puse como meta viable terminar la Huella Andinda de un tirón para Febrero. No fue nada fácil: en oportunidades tuve que adelantar varias etapas por día; si me sentaba a descansar, luego tenía que compensar caminando el doble. Así logré superar muchos de mis temores y aprendí la importancia de llevar una vida mucho más sana, sin descuidar el ejercicio.
Dejando de lado esta anécdota personal, quiero tocar un tema que a menudo se presta a confusión: apartarse a la montaña, contemplar bosques y lagos remotos, permite a uno distanciarse de la rutina pesada de la ciudad. Esto es cierto e indispensable, pero ello no implica abandonar un compromiso, ni nada por el estilo. Al contrario, considero que esta distancia es lo que nos permite repensar muchas de nuestras acciones cotidianas, que ennublecidas por el desgaste de la rutina, se convierten a menudo en actos torpes y vacíos. Creo que retirarnos a caminar en la montaña permite mirar nuestra vida un poco «desde afuera» para analizarla mejor; en otras palabras, «detener el reloj» para recordar, dar gracias y proyectar con mayor lucidez sobre el futuro.
Otro aspecto importante e inseperable de lo anterior: con la Huella Andina uno aprende a valorar cada momento, cada acto sencillo. Un paisaje gratuito se vuelve una recompenza para el caminante agotado, por el simple hecho de ser bello y estar allí. Pequeños hechos como sentarse a descansar los pies, comer un humilde aperitivo, calentarse junto al fuego, intercambiar anécdotas con otros caminantes, todas estas cosas son los mayores placeres de la Huella Andina. Creo que para que la experiencia valga realmente la pena, deberíamos aprender a transportar esta gratitud sencilla a nuestro regreso: aprender a valorar mejor cada hecho cotidiano, como si estuviéramos siempre haciendo la Huella Andina.
Aprovecho para dejar una advertencia a los futuros caminantes. En la guía oficial, páginas de internet, centros de informes, etc, siempre nos hablan de las precauciones técnicas del trekking: distancia, hora de regreso, vestimenta, equipo, alimentación adecuada, etc. Pero no nos dicen nada sobre los desafíos mentales que constituyen el principal desafío de la Huella Andina.
La Huella Andina es un ejercicio de temple, mucho más que de esfuerzo físico: la desmoralización puede paralizarnos al punto de llevarnos a abandonar todo el proyecto. Una lluvia constante puede entorpecernos y minar nuestros deseos de continuar; lo mismo una alergia, una fiebre o una descompostura; peor aún: caer en la incertidumbre total por perder el sendero, como me pasó en Moquehue; todo esto exige una fuerza de voluntad, luchar contra la tentación que a veces se presenta, de abandonar la Huella Andina. Otro de los principales desánimos es la desinformación, o mejor dicho, la «mala información» del tipo: «la Huella Andinda no existe más» o «no vas a poder hacer la Huella Andina». Ante todos estos obstáculos, lo decisivo es la fuerza de voluntad y tener en claro los objetivos. Si un tramo es impasable (por clima o lo que fuere), hay que buscar una ruta alternativa; si no hay información, seguir preguntando. Y sobre todo: investiguen con anticipación, preguntando a aquellas personas que conocen la Huella Andinda personalmente y que realmente se embarraron caminando el sendero. De los empleados de cuello blanco se llevarán muchas decepciones…
Quiero terminar con algo que vine meditando los últimos días de caminata: el compromiso con la Huella Andina. Quien haya recorrido este fantástico sendero, seguro se habrá preguntado: «¿cómo puedo contribuir yo a su desarrollo?»; en otras palabas: de qué manera los caminantes comunes, sin recursos ni influencia, podemos evitar que la Huella Andinda se paralice o caiga en el olvido. Esto viene a tema porque hace rato que Nación abandonó el proyecto y no todas las entidades implicadas tienen interés en su continuidad.
Creo que los caminantes de la Huella Andina podemos establecer un compromiso informal, aportando de alguna manera a su mantenimiento: ya sea contribuyendo a la limpieza de una etapa, colocando señalización, difundiéndola, etc. Sobre esto no me extenderé más, ya que escribí un artículo aparte sobre el tema. Pero dejo sentadas mis esperanzas de que la Huella Andinda recaerá en el futuro empuje de la gente. Sea cual fuera la entidad que se encargue de dirigir el proyecto, hoy es decisivo el empuje del caminante común y sobre todo, de la comunidad activa que crece cada día, facilitada por Internet y las redes sociales. Ante este panorama no hay que desalentarse: la Huella Andina es joven, por lo tanto recién comienza.
Saludos a todos mis amigos huelleros y que tengan buenas caminatas.
Pingback: Testimonio de la Huella Andina: Tercera Parte – Homo Theoreticus
Muy bueno el relato! Hice el sendero de Villa Futalaufquen en Enero 2015, cuando la hostería aún funcionaba. Acampamos ahí cerca en el bosque. Leer que ahora funciona como refugio gratuito me dieron tremendas ganas de volver!
Hermoso relato de la Huella. Gracias por compartir tu experiencia. Si todo sale bien este verano la voy a estar haciendo tambien 🙂 . Como caminante tambien me senti identificada con muchas partes del relato y, sin embargo, te cuento que estuve caminando por casi medio anio haciendo dieta vegetariana y vegana los ultimos meses y nunca me falto energia. Me parece que, y por experiencia personal te digo, se puede mantener una dieta 100% plant based y estar saludable. Solo hay que saber que comer.
Un saludo muy grande y voy a estar atenta al GPT.
Por ultimo, pregunta personal, a vos te pasa despues de caminar por tanto tiempo q es muy dificil volver a la vida en sociedad o medio q a los dias le falta un poco el rumbo? A mi se me esta haciendo dificil estos dias, por ejemplo.
Hola, gracias por tu comentario. Conozco posturas científicas serias a favor de dietas vegetarianas y tengo amigos que las practican. Influye a veces la predisposición genética. Yo soy escéptico al respecto. Aún no encuentro justificación convincente como para no comer productos de origen animal (me convence más la dieta «paleo», por ej.). En lo personal, cuando hago trekking como como una bestia y de manera totalmente desordenada. Te felicito por haber logrado dominar tu apetito.
Sobre la pregunta personal, empiezo por lo biológico: lograr dominar el período «post trail» es difícil. El organismo se acostumbra a quemar muchas calorías por día, después se vuelve muy sensitivo y acumula grasa fácilmente. A la pérdida súbita de peso se le suele generar un efecto rebote. También se que esto varía mucho en cada persona. A mi me pasó después de caminar dos meses este año, que tuve desequilibrios en el metabolismo. Aún no los puedo explicar bien, pero lo puedo describir como una sensación de «anemia». Además de eso, el cuerpo deja de generar endorfina como cuando hacías ejercicio todo el día. Ocurre que los que relatan sus travesías, suelen enfocarse en la «hazaña» y el «éxito», así que ni mencionan estos efectos. Aún así vale la pena la experiencia, es fantástica, y da gratos recuerdos.
Desde el aspecto social… comparto que es un duro contraste la vuelta. Admiro a los thru hikers como vos, que dejan todo y se lanzan a seis meses de caminata. No es mi caso, porque yo camino en vacaciones dos meses y después vuelvo al trabajo y al estudio. Si bien tengo otras cosas que me apasionan, extraño mucho la naturaleza. Por eso en los ratos libres me dedico a planificar la próxima aventura y me consuelo viendo fotos y videos… se extraña cambiar de paisaje cada día, no andar a las corridas con el reloj, dialogar con gente amable, vivir con menos ruido, menos preocupaciones, en fin. Para mi este año es un gran entretiempo entre dos caminatas y lo mejor es que… ¡falta cada vez menos para regresar! Saludos.