Introducción
Mi primer viaje a San Luis fue en Junio de 2022, oportunidad en la cual participé como expositor del Primer Encuentro Nacional de Senderismo que se realizó en la localidad de Merlo. Desde aquel entonces empecé a pensar en la posibilidad de realizar una ruta de trekking de largo recorrido en dicha provincia, entusiasmado por el paisaje abierto que brindaban las sierras. La idea siguió en mi cabeza hasta que en 2024 tuve la oportunidad de conocer a Remigio Domato, quien compartió conmigo un proyecto diseñado por él para recorrer de manera integral las Sierras Centrales de San Luis. La distancia y el tiempo de la travesía eran adecuados para mis días libres de invierno, por lo que no dudé mucho y empecé pronto con la preparación.
Planificación de la ruta
Partiendo del modelo de ruta diseñado por Remigio, realicé algunas modificaciones y relevé toda la información adicional posible: fuentes de agua, puestos, estancias, puntos de reparo, toponimia, etc. Así mismo, diseñé posibles vías de escape con la ayuda Wikiloc y de imágenes satelitales. Mientras que la ruta de Remigio estaba diseñada para ir en dirección norte – sur, yo realicé mi recorrido en dirección sur – norte, debido a que quería empezar por lo más conocido, el Cerro Valle de Piedra. Sin embargo, esta decisión me llevó al imprevisto de tener que lidiar con el sol de frente, debido a su inclinación durante el invierno.
Respecto al equipo, utilicé la modalidad ultra liviana como de costumbre, cargando un total de 3,9 kg de peso base y un peso final máximo de 12 kg contando la comida para 10 días, agua y combustible. Pasé dos noches en cuevas y el resto de los días dormí debajo en un toldo que fabriqué yo mismo. Adapté mi equipo patagónico al clima frío, seco y ventoso de las sierras, poniendo especial atención a la protección frente al sol y las heladas nocturnas. Para leer una reseña detallada del equipo que usé, pueden ingresar a este link.
Reseña día por día
Día 1 (12,9 km)
Comencé a caminar en una mañana helada por las calles mismas de Potrero de Funes. Me movía torpemente con todo el abrigo encima, ya que la noche anterior había helado al punto de que las cañerías del pueblo estaban congeladas. Poco a poco en subida fui dejando atrás las casas y los autos en dirección al Cerro Valle de Piedra. En determinado momento mi ruta se desvió del camino principal y empecé a transitar un sendero vecinal que empalmaba con la ruta a Estancia Grande. A una hora de empezar tenía a mi izquierda un sendero que descendía a un valle por bosque, marcando formalmente el inicio del sendero al Co. Valle de Piedra.
Al fondo se encontraba el Río Los Molles, donde tuve un primer punto de inflexión. Llamo así a un momento particular que experimento en mis travesías, cuando me topo con alguna sensación sorpresiva que marca un antes y un después en la caminata. En un punto de inflexión soy plenamente consciente de que dejé atrás la ciudad y el ritmo cotidiano, pasando a ingresar al mundo de la naturaleza. La sensación me vino al observar el río y oír el murmullo de las aguas cristalinas corriendo entre las piedras.
Ya después de cruzar el río, el resto de la jornada sería toda en ascenso. Entré rápidamente en calor, pese al frío y el viento, quitándome progresivamente el abrigo que llevaba en forma de capas. Las primeras horas transcurrieron en terreno árido y bosque de espinillo. El sendero, usado para arriar ganado hasta los campos de invernada, estaba bien marcado, pero por momentos se volvía angosto, se cerraba entre las espinas o presentaba rocas inestables que obligaban a andar lento y con cuidado.
En determinado momento el cielo se despejó y me encontré con el sol de frente. Este hecho, que me dificultaba la visión, se debía a que en el invierno el sol alcanza su punto más bajo de inclinación al mediodía. Como mi travesía iba en dirección norte, tuve casi todos los días que lidiar con esta dificultad. Por otra parte, tuve extremo cuidado de ponerme pantalla solar cada dos horas y llevar anteojos oscuros constantemente. El sombrero, lamentablemente, no me protegía casi la cara, debido a la inclinación de la luz.
Superado el límite de vegetación, la caminata se volvía más atractiva por las vistas espectaculares hacia Potrero de los Funes. Una de mis preocupaciones iniciales fue el estado de las fuentes de agua, que sabía que podían escasear. De hecho, cuando llegué al Arroyo La Bolsa me topé con que estaba congelado. No necesitaba cargar agua todavía, pero me puse en alerta y tomé conciencia de la importancia estratégica de administrar correctamente este recurso durante mi travesía.
Después de una última subida bien exigente, alcancé la cima del Co. Valle de Piedra y me senté un rato a descansar. Fue el ascenso más difícil de toda la travesía, con un desnivel de 945 metros desde la localidad de Potrero en aproximadamente 7 horas. Si bien ya había estado allí el año anterior, esta vez cargaba con una mochila con comida para 10 días, por lo que me costó bastante más.
Tras un breve descanso con snack incluido, salí a recorrer el filo de la sierra en búsqueda de la famosa cueva del sector conocido como «El Enrramal». Este nombre lo supe después por Dante Carreño, un experto guía baqueano de la zona. Ya en la cueva, preparé todo para pasar la noche y me dispuse a disfrutar del atardecer tomando mate. Eran las 16:30 hs.
La cueva constistía en un alerón natural de granito con paredes de piedras amontonadas artificialmente, apiladas y reapiladas allí por arrieros tal vez desde tiempos inmemoriales. En aquel lugar pasé una de las mejores noches de mi vida, con el placer de acostarme en un refugio amplio, reparado del rocío y con una hermosa vista de las estrellas. En lo personal, creo que el mejor momento del día en la naturaleza es el atardecer y aquí pude verlo desde el privilegio de la altura y la comodidad del refugio agreste. Otro detalle de color, fue poder contemplar cómo aparecían poco a poco las luces de las localidades aledañas desde la altura.
Día 2 (12,6 km)
Me levanté a las 8 de la mañana, cuando emergían las primeras luces, y todavía dentro de la bolsa de dormir, me apresuré a preparar mate. Me costó despedirme de aquel lugar maravilloso. En adelante empezaba lo totalmente desconocido: mi siguiente destino sería otro refugio natural ubicado al pie del Cerro Agua Hedionda. A las 9:30 ya tenía todo en la mochila, así que, bastones en mano, emprendí la marcha. Las primeras horas transcurrieron sobre filos con pendientes muy suaves y suelo blando de huella de ganado zigzagueando entre coirones. Las vistas a ambos lados de la sierra eran espectaculares y se podía distinguir la localidad de La Punta a mi izquierda y el Trapiche a mi derecha.
El mayor desafío del día fue encontrar agua. Ya se me estaba agotando y llegué a la conclusión de que no podía ser muy selectivo en este asunto. Tendría que aprovechar la primera vertiente que se presentara. Lamentablemente, todas las vertientes estaban congeladas, por lo que me vi obligado a romper el hielo con ayuda de los bastones. El siguiente paso fue filtrar el agua con un cuellito y potabilizarla con pastillas durante 30 minutos. La presencia de ganado y el estancamiento hacían obligatorio este procedimiento.
Fue un día emocionante y exigente. Pasé por el Cerro Castillo, el Cerro Retana y finalmente llegué a la base del Cerro Agua Hedionda, donde se encontraba mi punto de pernocte. Había una gran pampita de altura y rocas gigantes que sobresalían a la distancia. Detrás de una de estas rocas se encontraba el Refugio del Agua Hedionda. Tenía un espacio grande, claramente menos usado que el anterior, así que tuve que limpiar un poco para hacerme lugar. Ya me encontraba a 2144 msnm por lo que el viento soplaba con mayor intensidad. La pared de piedras apenas frenaba los ventarrones intermitentes del noreste, que se incrementaron en frecuencia y violencia a medida que se acercaba la noche.
Luego de instalarme y acomodar mis pertenencias, examiné el entorno desde la venta de la cueva y me topé con una sorpresa: enfrente había una imagen de la Virgen ubicada sobre una pequeña montaña de rocas graníticas, resguardada por un pequeño alerón de piedra. Al ver aquella imagen mi cuerpo sintió una calidez inexplicable. Pese a no haberme cruzado a nadie durante todo el día me sentí acompañado. Luego supe por Dante Carreño que la imagen había sido traída por pobladores de la Villa de la Quebrada, ubicada a varios kilómetros del lugar. Finalmente, con la vista hacia la Virgen del Cerro (como la llamé) y una bóveda estrellada en el firmamento, me dispuse a descansar.
Día 3 (9,7 km)
Amanecí cubierto de polvo por los fuertes ventarrones que atravesaban la pared de piedras. Me quedaba muy poca agua, así que puse toda mi esperanza en un punto que llevaba marcado en el GPS. Ya con la mochila puesta, mi alegría fue grande al divisar a lo lejos un reflejo brillante: había una vertiente congelada allí donde el día anterior había visto un toro vagabundo. Me puse manos a la obra… rompí el hielo con los bastones, cargué tres litros de agua, la filtré y la potabilicé con pastillas. ¡Qué buen regalo para un caminante sediento y polvoriente… agua bien helada! ¡Un elixir de reyes!
Este fue quizás el día más difícil de todos, en parte porque la ruta presentaba mucho desnivel y además, por momentos no había ninguna huella visible que seguir. Constantemente había que subir y bajar entre pasajes estrechos de piedras. Uno de los lugares más destacables fue el Valle Hermoso, una enorme pradera de altura, atravesada por un arroyo casi seco y ganado pastando. Varias horas más tarde llegué al pie del Cerro Guanaco, donde encontré una prominente piedra con un pequeño refugio natural. Tenía botellas y otros objetos que atestiguaban el uso humano, pero las dimensiones era tan pequeñas que impedían sentarse adentro. Decidí entonces continuar.
El último gran esfuerzo del día fue subir el Cerro Guanaco por la cara sur y descender por la cara norte. Ya del otro lado me encontraba cerca del Cerro Tinaja, que dejé para el día siguiente. La zona presentaba formaciones rocosas muy llamativas, como si se tratara de grutas. Dediqué una hora a caminar y explorar la zona hasta que elegí un buen lugar para pernoctar. Armé el toldo en un lugar protegido del viento, sin poder clavar estacas debido a lo duro del suelo. En su lugar, usé piedras para aferrar los vientos. El atardecer de aquel día fue memorable e intenté dejarlo plasmado en algunas fotos. Me sentí un privilegiado de poder terminar el día con aquella maravillosa vista a 2100 metros de altura, tomando mate bajo la protección espaciosa de mi toldo.
Día 4 (12,5 km)
Por primera vez, el día amaneció nublado y la temperatura descendió considerablemente. No hubo ningún indicio de escarcha debido a la sequedad del ambiente en el que me encontraba. Pronto desarmé campamento y empecé a ascender por el cordón del Cerro Tinaja. El viento soplaba con fuerza a medida que iba ganando altura en este último tramo montañoso.
El terreno era bastante irregular. Ya no había señales de ganado. Decidí bordear el Cerro Tinaja sin hacer cumbre… estaba cansado y quería un cambio de paisaje. Con la Villa de la Quebrada a mi izquierda, empecé un largo descenso siguiendo un cauce seco hasta la ruta. Por momentos los altos pasos me obligaban a ir lento, en otros momentos las piedras enormes me obligaban a pisar con cuidado y ayudarme con las manos. Finalmente llegué al camino vehicular que une Mogolí con Trapiche. Había una especie de cantera donde me detuve a descansar un rato. No vi pasar ningún auto, la soledad era total. En determinado momento, me aparté del camino y, en lugar de descender a Nogolí, seguí rumbo norte por una huella vehicular de estancia.
Después de caminar bajo el cielo nublado, llegué a un bosque de sauces y álamos sin hojas que rodeaba el casco de la Estancia Pancanta. Para aquel momento el viento se había calmado y una neblina cubrió pronto todo el horizonte. Vi movimiento de ganado y pegué el grito para saludar. Pronto salieron a mi encuentro unos trabajadores del lugar. Les expliqué de dónde venía y solicité permiso para pasar la noche junto al arroyo Pancanta, lo que me concedieron. Tras recibir algunas indicaciones, me despedí y caminé a paso rápido, decidido a armar campamento en un lugar reparado. La humedad se volvía cada vez más envolvente. El encuentro con el arroyo Pancanta fue muy bello. Era el primer curso de agua fría con movimiento que veía desde Potrero de los Funes, un regalo admirable de la naturaleza. Disfruté mucho tomar esa agua helada y limpia que no requería pastillas ni filtros.
Recorrí un poco el bosque y el arroyo hasta encontrar un buen lugar para acampar. La arboleda me protegía un poco del viento y la humedad, pero a decir verdad, no era la gran cosa porque los árboles no tenían hojas, debido al invierno. Puse mis pertenencias bajo protección del agua, tomé unos mates y, como tenía toda la tarde por delante, salí a explorar la zona. Mi idea era llegar a ver el Salto Pancanta, que se encuentra más arriba que el famoso Salto de la Negra Libre. Sin embargo, debido a la neblina, no pude ver nada y me tuve que conformar con escucharlo el sonido de la cascada. Ya volviendo al campamento y orientándome con dificultad por la corta visibilidad de la que disponía, sentí de repente el sonido de un fuerte galope. Al instante salieron de la neblina los baqueanos de la estancia montados a caballo. Volvimos a charlar un poco y les comenté que mi plan era bajar a los Remansos de Nogolí al día siguiente. Ellos, en cambio, me propusieron seguir una antigua huella que llevaba a La Carolina, opción que medité durante mi caminata de vuelta al campamento.
Llegué todo mojado debido a la neblina densa y a una incipiente llovizna. Pasé las últimas horas de luz decidiendo cómo iba a continuar mi itinerario al día siguiente. Finalmente me decidí por bajar a La Carolina, ya que de esta manera podría parar en un alojamiento a secar mis cosas y, de paso, perder altura para no quedar envuelto en neblina.
Día 5 (24,7 km)
Una huella acarrera conducía a La Carolina desde el casco de la Estancia Pancanta. Era un antiguo camino tapado ya por la vegetación debido a la falta de mantenimiento, devenido en un suave sendero. Esta caminata fue un bello contraste con los días previos de tanta pendiente y terreno agreste. Si bien la huella por momentos se perdía entre los coirones, no presentaba desnivel considerable. Tras una par de horas llegué al valle de Pancanta, un lugar ya más poblado, y caminé los últimos kilómetros hasta La Carolina por la Ruta Provincial n° 9.
Ya en La Carolina pregunté donde podía pasar la noche a un policía y me recomendó ir al hostel la Oveja Negra. Para mis sorpresa, casi no tenían lugar, y tras insistir un poco, me liberaron una cama para pasar una noche. Me di una buena ducha reparadora y aproveché para lavar la ropa, que tardó bastante en secarse debido a que no funcionaba bien la calefacción. Al día siguiente, me tendría que mudar a otro alojamiento por falta de lugar. Decidí quedarme un día más para esperar a que mejorara el tiempo, descansar y de paso recorrer el pueblo.
Día 6: descanso
A la mañana siguiente hacía aún más frío. La humedad me penetraba hasta los huesos y la visibilidad era nula como el día anterior. Por suerte, conseguí pasar la noche a mejor precio en un hostel llamado Las Pircas. El pueblo tenía un estilo antiguo y pintoresco, con las casas y las calles hechas enteramente de piedra. Visité la Iglesia y el museo local. Me sorprendió que en el mismo museo se vendían piedras a las que se les atribuían poderes curativos, una creencia bastante popular al parecer. Allí supe que La Carolina había sido declarada «pueblo peatonal», por lo que no estaba permitido el ingreso con autos hasta determinada hora del día. La actividad económica del lugar había sido por siglos la minería y la cría de cabras, a lo que ahora se agregaba el turismo.
Aproveché aquel día para estudiar mi ruta con tranquilidad, ya que, debido a la bajada a La Carolina, me había desviado de la traza original. Con la ayuda de imágenes satelitales en el celular, tracé una ruta alternativa en dirección norte que empalmaba con la ruta anterior sin pasar por los Remansos de Nogolí. Finalizada esta tarea, me di el gusto de una abundante cena en el bar Intiraymi, atendido por sus dueños, con quienes además tuve una amena y divertida charla.
Continúa en la segunda parte…
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