Introducción
Durante mucho tiempo me pregunté qué distinguía al senderismo de otras actividades al aire libre de mayor popularidad y prestigio. Con el término senderismo me refiero a la actividad que consiste en caminar en espacios naturales durante un tiempo prolongado, prescindiendo de sus variadas modalidades y matices lingüísticos (trekking, hiking, wandern, randoneé, etc.).
¿Por qué el senderismo no es considerado un deporte, mientras que sí lo son las carreras, la escalada o el ciclismo? ¿Se trata de una azarosa diferencia de nomenclatura? ¿O es más bien una diferencia de intensidad, de exigencia física? ¿Será que el senderismo es un producto turístico, es decir, una experiencia de consumo cultural, como dicen algunos? ¿O debe el senderismo reivindicar un lugar a la par de los deportes estandarizados, sus reglas y sus competencias masivas?
En este ensayo, propondré una respuesta a estos interrogantes. Desde mi punto de vista, el senderismo debe ser entendido como una actividad esencialmente contemplativa, a diferencia de las otras actividades mencionadas, que son más bien lúdicas y potencialmente competitivas. Me apoyaré en una larga tradición histórica que se remonta a la Antigüedad clásica, partiendo del concepto griego de theoría .
Teoría moderna vs. theoría antigua
Lo que los antiguos entendían por theoría no tiene nada que ver con la oposición entre teoría y práctica, ni mucho menos con el concepto moderno de teoría científica. El uso vulgar del término denota cierto desdén, puesto que se lo asocia con lo especulativo, con lo no corroborado. En esto se hace eco la noción de teoría como imagen o representación subjetiva del mundo. De allí que el adjetivo «teórico» sea en algunos contextos hasta un defecto, denotando falta de experiencia, utilidad o pragmatismo.
Pero hagamos el esfuerzo de olvidarnos momentáneamente de estas implicancias peyorativas y volvamos al origen del concepto de teoría. La palabra theoría en griego significa contemplación, o al menos esta es la traducción que recibió históricamente. No se trata de una simple acción sensorial, sino de un conjunto de prácticas culturales que alcanzaron rango institucional.
Antes de pasar a profundizar el concepto griego de theoría, quisiera hacer una primera distinción importante. Mientras que el sentido moderno de teoría implica un distanciamiento de la realidad, poniendo énfasis en el carácter subjetivo de la representación mental, la palabra griega theoría, por el contrario, pone el foco en el carácter directo de la visión sobre la realidad misma. De esta manera, la theoría es lo opuesto a escuchar el testimonio indirecto de otros. Constituye algo que no se puede enseñar ni aprender: es una experiencia personal.
La theoria como práctica cultural
En la Antigüedad clásica, la theoría constistuyó una institución cívica que comprendía tanto el hecho de la contemplación misma, como el viaje emprendido por el individuo hasta un lugar sagrado. Existían tres formas prominentes de theoria. La primera era la visita a un centro oracular, donde se solicitaba la profecía de algún dios. En segundo lugar estaban las peregrinaciones a festivales religiosos, donde se practicaban competencias deportivas y certámenes artísticos. Por último estaban los viajes al extranjero de carácter profano, con fines de aprendizaje.
En todos estos casos, el rasgo distintivo de la theoría era el peregrinaje de un individuo llamado theorós hasta un sitio de contemplación distante. Por ello la simple visita a un santuario dentro del distrito de la ciudad no contaba como theoría. Había que alejarse, salir de lo cotidiano para enfrentarse a lo desconocido. Cabe menciona que la contemplación no era exclusivamente un acto visual: también comprendía el uso de otros sentidos, por ejemplo, al escuchar certámenes musicales o discursos. Además, abarcaba la práctica de ritos y el respeto de normas sagradas.
La institución de la theoría adquirió tal importancia que se conformaron embajadas con representantes financiados por cada ciudad para practicarla. En este caso la theoría adquiría la forma de una institución cívica, en la que el viajero tenía la obligación de devolver un informe detallado a las autoridades políticas. Como resultado de estos viajes, se conformaron comunidades de peregrinos que interactuaban entre sí, estableciendo lazos de amistad bajo los códigos de la hospitalidad, incluso en tiempos de guerra, fortaleciendo así el sentimiento de una unidad cultural griega.
También estaban quienes emprendían la theoría de forma privada. Así tenemos el caso de grandes pensadores, como el legislador-filósofo Solón de Atenas o el historiador Herodoto de Halicarnaso, que dedicaron varios años de su vida a viajes contemplativos.
La experiencia de la theoría en su conjunto, incluyendo el viaje, implicaba suspender temporalmente las actividades cotidianas para entrar en contacto con lo diferente. Al regresar a casa, el theorós volvía transformado en su interior, gracias a que había logrado ensanchar su mirada con esta experiencia prolongada.
Sería importante mencionar algunas diferencias entre el theorós y el atleta. Ambos viajaban y participaban de festivales en representación de su ciudad. Pero el theorós, a diferencia del atleta, no buscaba la fama, ni mucho menos obtener una recompensa material como resultado de la travesía. Su objetivo no se agotaba con el cumplimiento de reglas, ni buscaba el desarrollo técnico o físico a nivel personal. Su actividad consistía en mirar sin prisa, en oír y observar el ritual, en otras palabras, ser un testigo directo del espectáculo sagrado.
Theorein y contemplari
El verbo contemplari tradujo el theorein griego y amplió su significado. Contemplari significaba en latín delimitar un espacio sagrado, por ejemplo, un área en un bosque. De allí que contemplar significara originalmente dirigir la visión a un espacio singular donde habitaba la divinidad, el templum. No es difícil asociar esta etimología con la práctica griega de contemplar espectáculos religiosos o practicar ritos. En ambos casos se trata de estar presente por completo y participar en aquello que se observa.
Del contemplari viene nuestro verbo contemplar, que aún retiene el sentido original de detenerse en algo y no tan solo mirarlo de paso. Por ejemplo, no solo miramos una obra de arte, sino que se la contemplamos para captar su profundidad. Se trata de detener la atención en un ámbito de cosas y respetar las normas impuestas por ese mismo ámbito de lo contemplado.
La peregrinación medieval
La práctica de la theoría griega nos llega como legado cultural de la antigüedad no sin haber atravesado cambios históricos. Me refiero puntualmente a los procesos de transformación religiosa de la Antigüedad Tardía y la Edad Media, en los que esta actividad devino en la peregrinación cristiana. Esta nueva forma de práctica cultural consistía en realizar viajes hasta un centro distante de culto, en el cual se había atestiguado un milagro y se esperaba que allí se repitiera. Lo importante, sin embargo, no era tanto el destino final, sino la experiencia misma del viaje, interpretada como una analogía del paso transitorio por la tierra. El peregrino, mediante el libre sacrificio del esfuerzo, expiaba sus pecados y purificaba su alma, alejándose de las tentaciones mundanas para encontrarse con Dios. Lo importante era entonces el proceso de transformación interior que conllevaba el acto mismo de peregrinar.
Es así que en la Edad Media la theoría pierde su carácter cívico y queda relegada a la práctica privada. El objetivo del peregrino medieval no será adquirir conocimientos, sino alcanzar un desarrollo espiritual mediante la superación del contexto mundano, en un ámbito que propicie la oración como diálogo con Dios y la meditación como diálogo con uno mismo. En otras palabras, la contemplación de lo trascendente.
Una reivindicación contemporánea de la theoría
Hans Georg-Gadamer hace un elogio del ideal de vida contemplativo que entraña el concepto antiguo de theoría. Para él, siguiendo a Aristóteles, la contemplación es una actividad que eleva el sentido de la vida humana, reafirma su naturaleza y exalta aquello que lo hace semejante con lo divino. Esta actitud contemplativa implica una apertura, el estar por completo presente ante lo que se da.
Siguiendo a San Agustín, el autor señala la existencia de dos tipos de bienes. Por un lado está el bien que se posee y que no puede pertenecer a otros. Pero la contemplación no pertenece a este género. Se trata de un bien que no pertenece a nadie: consiste en detenerse ante algo bello sin preguntar su por qué ni para qué.
Según Gadamer, la sociedad moderna necesita justificar toda actividad en miras al progreso tecnológico y la resolución de necesidades materiales, necesidades que por otra parte son ilimitadas y cambiantes. Ante este utilitarismo moderno, la vida contemplativa se muestra como obsoleta, salvo cuando se la justifica ante el tribunal de la praxis social.
Pero para Gadamer, la contemplación antigua tiene mucho que enseñarnos. Es en el acto de contemplar que uno se abre realmente a lo diferente. Así es que uno logra salirse del propio «yo», el límite de la autoconciencia moderna, para escuchar a nuestro semejante. Por último, no se propone oponer teoría y praxis, ni de desacreditar la conquista del bienestar material, sino de ser conscientes de que estas cosas no son un fin en sí mismo, sino un medio para garantizar aquella práctica superior que nos hace humanos y nos acerca a lo divino.
Contemplar vs. consumir
A partir de aquí, me gustaría señalar algunas diferencias importantes entre la concepción del senderismo como actividad contemplativa y como objeto de consumo. La confusión es muy frecuente y, desgraciadamente, la tendencia actual es la de catalogar el senderismo como un producto turístico, midiéndolo por su rentabilidad y no por su valor intrínseco. No solo esto atenta a veces contra la libertad de circulación por la que luchamos tanto los senderistas, sino que además impacta negativamente en la sociedad al devaluar el senderismo como práctica cultural.
Hoy en día es común hacerse eco de teorías radicalizas que postulan la omnipresencia del consumo como forma de actividad humana: escuchar una orquesta es consumo, leer un libro es consumo, ver una película es consumo, las festividades son consumo, practicar deportes es consumo, etc. Estas definiciones amplias y vagas no solo impiden el reconocimiento de la diversidad en las actividades humanas y su complementariedad, sino que además tienden a eliminar, desde mi punto de vista, el carácter singular e indispensable de aquello que no encuadra dentro de esta categorización, a la vez que pretenden imponer una visión economicista de la vida humana.1
No toda práctica del hombre es consumo. El consumo implica incorporar algo de manera efímera y que esto se acabe para otros. La relación de consumo implica un uso en el que otra persona (o la naturaleza misma) se me ofrecen para satisfacer una necesidad o un deseo. De esta manera, lo que está fuera de mi pierde su esencia para incorporarse y ser una parte mía, ya sea como objeto de acumulación, de goce o de intercambio. La práctica del consumo entonces depende de poder disponer de las cosas y que estas pierdan su autonomía, sirviendo a mis deseos, que serán siempre circunstanciales, cambiantes e ilimitados.
Como vimos, esto no tiene nada que ver con la experiencia contemplativa. En la contemplación yo no uso lo que hay a mi alrededor; no lo modifico o someto a un cálculo para mi beneficio personal. Es más, en el senderismo soy yo quien se adapta a la naturaleza para relacionarme mejor con ella. De hecho, necesito hacerlo para sobrevivir. La valoro en su profundidad por lo que ella tiene para mostrarme sin apropiarme de nada. No la miro con ojos de leñador o de minero: la miro simplemente porque me cautiva su belleza. Y es en esa convivencia de observar y estar presente en lo observado que se produce la experiencia contemplativa.
Pero además, el senderista no solo no hace de la naturaleza un objeto de consumo, sino que además la cuida. Con «cuidar» entiendo preservar el ser de algo y posibilitar su desarrollo pleno y autónomo (lo contrario al dominio). De allí el principio acertado de «no dejar rastros», así como la prohibición de acceder a determinados lugares con motores. Toda la ética del senderista forma parte del cuidar como elemento del orden contemplativo. Al buscar generar el menor impacto posible, el senderista quiere evitar el deterioro del entorno y dejar a la naturaleza desarrollarse plenamente. Su relación entonces es una relación de convivencia en la contemplación, no de consumo.
Jugar vs. contemplar
Al principio de este artículo planteé que desde mi punto de vista había una diferencia esencial entre el senderismo y otras actividades al aire libre, específicamente con aquellas que son consideradas «deportivas». Tales actividades, desde mi punto de vista, tienen como elemento esencial el juego y su carácter potencialmente competitivo. Trataré de explicar mejor esto con algunos ejemplos.
Pongamos el ejemplo de la escalada. La escalada es una actividad recreativa en la cual, como todo juego, se pone una meta concreta y reglas determinadas como condiciones para alcanzarla. El objetivo será en este caso alcanzar un punto en la altura. Luego vienen las reglas: se debe subir por una pendiente pronunciada usando los pies y las manos, quedando prohibido el uso de escaleras o medios de otro tipo. El resto de los componentes de la actividad quedará subordinado al objetivo central que consiste en alcanzar el perfeccionamiento técnico necesario para cumplir con este marco objetivo – normativo. A partir de estas bases sólidas se podrán añadir modalidades competitivas: carreras de velocidad, desempeño con indicadores de complejidad, etc.
Otra actividad muy de moda en estos tiempos son las carreras de montaña. Su similitud aparente con el senderismo la hace otro ejemplo interesante para nuestra comparación. Las carreras a pie son de los deportes más antiguos. Su esencia radica en alcanzar un punto determinado lo más rápido posible. El esfuerzo físico y la concentración mental están enfocados aquí en alcanzar dicha meta con rapidez, buscando sobresalir sobre el resto con el premio de la victoria. Otra variante moderna, conocida como runnning busca poner el foco en la superación personal, más que en la competencia con otros. En ambos casos se trata de una actividad física intensa con reglas estrictas y objetivos bien definidos.2
Los dos ejemplos mencionados transcurren en la montaña, un espacio compartido con el senderismo. Pero la principal diferencia radica en que los deportes no tienen por objetivo la contemplación. Hasta se podría que decir que todo lo contrario: el deportista está obligado a poner su concentración al máximo en alcanzar la meta, cumpliendo rigurosamente con las reglas de juego (cuya gracia radica en parte en su complejidad), por lo que cualquier distracción en este proceso podría significar la derrota, la descalificación o incluso devenir en fatalidad. Un rasgo importante de estos ejemplos es la alta intensidad, en la que la pérdida de concentración se convierte en un enemigo mortal. Se trata entonces de un desafío físico y mental, cuyo punto virtuoso radica en la superación técnica a nivel personal y, potencialmente, sobresalir ante el resto. De allí que la forma institucional que adquieren estas prácticas sea la del festival competitivo.
Pero volvamos ahora al senderismo. Este también tiene elementos que lo hacen un juego. Efectivamente, tiene metas y reglas: se debe llegar a un punto geográfico siguiendo un itinerario, y como condición, esto debe hacerse a pie. Pero la actividad en sí no tiene como elemento definitorio ni el punto de llegada, ni la técnica, ni la superación frente al resto. Lo que define al senderismo es la contemplación del escenario mismo en el que se transita durante la caminata. Es por eso que no puede hablarse aquí de «distracción», ya que justamente lo que se busca es observar el entorno.3 La lentitud es entonces clave, puesto que contemplar significa detenerse en algo para captar su belleza. 4
El senderismo como actividad theorética o contemplativa
Quisiera finalizar retomando la relación entre el senderismo y la antigua theoría griega, que desde mi punto de vista, es su pariente lejano. A continuación resumo una serie de aspectos que permiten establecer esta conexión.
En primer lugar, la theoría es una actividad contemplativa. No se define por metas materiales, ni por el prestigio que acarrea la victoria sobre un rival, ni por el desarrollo técnico personal. Su esencia la constituye la contemplación misma, es decir, el abrirse ante algo distinto y estar por completo allí presente en aquella actitud de observación. Una observación que, por otra parte, no se limita a la visión, sino que comprende todos los sentidos.
En segundo lugar, la theoría implica un viaje. Se trata de un ciclo que se inicia al abandonar el contexto social de lo cotidiano para unirse a la comunidad de peregrinos que acuden en búsqueda del espectáculo de lo bello. Culmina con el regreso a casa en un estado de renovación interior, gracias a una mirada ampliada del mundo.
En tercer lugar, la theoría transcurre en una forma distinta del tiempo a la que estamos acostumbrados. Es lo contrario a un acto rápido y efímero. Se trata de detenerse, y para ello es indispensable apartarse lo suficiente del ritmo del trabajo y las actividades cotidianas. La lentitud del peregrinaje a pie favorece este estado contemplativo.
En cuarto lugar, la theoría no consiste en observar un ente particular, sino en experimentar un ámbito de cosas, entregándonos por completo al ritual que significa observar las reglas de lo contemplado. Esto en el senderismo puede traducirse como la adaptación cuidadosa al orden que impone la naturaleza y sus condiciones variantes.
En quinto lugar, la theoría constituye una forma de saber directo. Con esto no quiero decir una forma desinteresada y totalmente objetiva de conocimiento, cosa que no es posible. Nuestra mirada está siempre condicionada por el contexto lingüístico y nuestras experiencias de vida. Con saber directo me refiero al carácter experiencial de la theoría, que se contrapone al relato oído de otros. En este sentido, leer un informe no es practicar la theoría. Para practicarla es necesario emprender el viaje uno mismo, adquiriendo un saber particular de carácter personal e intransferible.
Por último, sería importar reconocer el aporte cultural de la peregrinación cristiana. Fue en la Edad Media cuando la theoría adquirió la valoración del viaje mismo por sobre el punto de llegada, concibiendo la caminata como una forma de ejercicio espiritual capaz de propiciar la transformación interior mediante el diálogo con Dios y con uno mismo.
Conclusiones
Hasta aquí aquellos elementos que, desde mi punto de vista, justifican la inclusión del senderismo como actividad contemplativa y la diferencian de otras actividades al aire libre. Con esto no quiero decir que el senderismo sea la única actividad de este tipo: por ejemplo, los viajes con fines turísticos o los intercambios estudiantiles podrían ser incluidos como modernas prácticas de la theoría. Por otra parte, cabe aclarar que mi forma de entender el senderismo es producto de una experiencia personal y puede no coincidir con otras miradas.
Con todo, creo haber justificado adecuadamente la afinidad singular del senderismo con la institución griega y su evolución histórica. Esto debido a que el peregrinaje, es decir, el caminar a pie con lentitud y esfuerzo, favorecen el estado mental contemplativo. Sin embargo, la diferencia mayor con el senderismo, tal vez sea que la ceremonia sagrada adquiere aquí la forma de lo bello en el espectáculo de la naturaleza.
Bibliografía
Nightingale, A. W. (2004). Spectacles of Truth in Classical Greek Philosophy: Theoria in its Cultural Context. Cambridge: Cambridge University Press.
Elsner J., & Rutherford, I. (2005) Pilgrimage in Graeco-Roman & early Christian antiquity : seeing the gods. Oxford: Oxford University Press.
Gadamer, H. G. (1999). Verdad y método I. Ediciones Sígueme, Salamanca (3° edición original de 1975).
Gadamer, H. G. (2013). Elogio de la teoría. RBA, España. (Original de 1983).
Konchak, William (2020). «Gadamer’s “Practice” of Theoria.» En: Epoché: A Journal for the History of Philosophy 24 (2): 453-465.
Turner, V., & Turner, E. (1978). Image and Pilgrimage in Christian Culture. Columbia University Press.
- De la misma manera hay teorías que reducen toda relación humana a una forma de intercambio comercial, una relación de poder o al deseo sexual. Desde mi punto de vista, la fácil de difusión de teorías de este tipo en círculos académicos se debió al hecho de que parten de definiciones extremadamente vagas y amplias, dejando de lado la singularidad y complementariedad. ↩︎
- El senderismo no tiene tantas reglas, sino que las condiciones y la dificultad las impone la misma naturaleza. ↩︎
- Se podría incluir también dentro del senderismo la etapa previa de planificación que consiste en el estudio del terreno, el cálculo de abastecimiento, la logística, etc. ↩︎
- En algunos países, como Estados Unidos, se instaló una forma de senderismo competitivo que se basa en alcanzar tiempos récord: el fastest known time. Pero esta práctica no constituye la esencia del senderismo y desde mi punto de vista, debe entenderse como una variante de las carreras de montaña. Confundir ambas actividades desvirtúa la riqueza del senderismo como práctica cultural. ↩︎