Reseña del Sendero Gran Patagonia (2° parte)
Reseña del Sendero Gran Patagonia (2° parte)

Reseña del Sendero Gran Patagonia (2° parte)

Reseña de la segunda parte de mi caminata por el Sendero Gran Patagonia. Las secciones 6 a 8 fueron las más demandantes de toda la ruta, tanto por las pendiente del terreno como por las inclemencias del clima. Como resumen puedo decir que, pese a las dificultades, disfruté mucho los paisajes remotos, el cambio de vegetación, los escenarios volcánicos y, sobre todo, la gran hospitalidad de los pobladores.

Secciones 6 a 8 (distancia = 418 km)

Ascenso= 25.556 m; Descenso= 25.371 m.
Altitud máxima= 2.684 msnm; altitud mínima= 470 msnm.

Sección n° 6: “Volcán Descabezado”

Días 15 y 16

Los días 29 y 30 de Diciembre los pasé en el área de Parque Inglés, a orillas del Río Claro. Acampé con un grupo de amigos con los que vine desde Molina. Ellos se iban el 31, día en el que planeaba continuar mi travesía.

En Parque Inglés empieza la sección n°6 del GPT

Después del descanso, quise continuar y me lleve la sorpresa de que había cupo para ingresar con carpa al Parque. Tuve que quedarme un día más de lo previsto y decidí salir a recorrer la zona. Aproveché para visitar los famosos saltos de agua conocidos como “siete tazas”. Un nuevo grupo de acampantes me vio solo y me invitó a compartir el fogón de año nuevo con ellos. Así pasé el 31 de Diciembre a la noche, con brindis y guitarreada. Nos divertimos a lo grande.

Recorriendo la pasarela de las famosas “siete tazas”

Día 17 (31,2 km)

Mientras todo el mundo dormía por los festejos de año nuevo, yo salí bien temprano a continuar mi travesía. Tuve que pagar ingreso y llenar una ficha. El circuito más popular es de 10 km y llega hasta El Bolsón (con confundir con el argentino); unos pocos caminantes hacen 10 km más hasta la Laguna de las Ánimas. Pero lo mío se iba de la rutina, ya que debía seguir de largo.

Cartel muy útil para distinguir las especies de árboles y su distribución según la altura

El sendero transcurre los primeros 10 km por un bosque de radal y algunos coigües, siguiendo la margen norte del Río Claro. A partir del área conocida como El Bolsón termina el bosque y se ingresa a un valle desértico con algunos arbustos. Allí había un refugio y varias carpas emplazadas.

Empieza el ascenso al fondo del valle

Tras un breve descanso en El Bolsón, continuo 2 horas más hasta la Laguna Las Ánimas. El ascenso a la laguna es bastante exigente. La vegetación se reduce a coirones y musgo de altura. Hay cada vez más ceniza volcánica y aparecen algunos manchones de nieve.

Laguna de las Ánimas

Lo mejor estaba por venir. Superada la laguna, el sendero es apenas una huella difusa que zigzaguea entre piedras enormes y cenizas. Llego así al paso más alto del día, a 2552 msnm. De pronto, descubro un paisaje de otro planeta. Todo esta cubierto de ceniza gris claro, las piedras son como rocas lunares, de un colorido gris amarronado. Delante mío hay un cañadón sobre cuya base se deslizan ríos de lava petrificada. A lo lejos hay una laguna color turquesa; al fondo, la Cordillera.

Paso desde el que se accede al escenario volcánico

Desde arriba pude ver por segunda vez el Volcán Planchón Peteroa. Continuaba en actividad, lanzando bocanadas de humo en forma de hongo.

Volcán Planchón Peteroa largando humo
Desde el paso se podía ver el ojo de un volcán. Abajo hay un río de lava petrificada.

El ascenso total del día fue de unos 1500 m. A partir de allí empieza la bajada, que no es nada fácil. Cada paso sobre las cenizas es como caminar sobre arena, muy desgastante. La ceniza se me mete en las zapatillas y a cada rato me las tengo que sacar para limpiarlas.

La huella sobre ceniza va faldeando el cordón montañoso

En determinado momento la huella se interna en un valle de altura, acercándose a las nacientes del estero El Volcán. Son las 20 hs y decido armar campamento junto a un oasis de algunos arbustos. Había unas llamativas nubes de vapor que salían de la montaña. Eran las Termas “El Haz”, géiseres totalmente agrestes. Antes de irme a dormir, disfruté los últimos momentos de luz de aquel escenario lunar, adornado por las bocanadas de vapor y el murmullo del estero.

Acampando en medio de un oasis. Parece otro planeta.

Día 18 (31,9 km)

El día siguiente fue también bastante demandante. Me llevé una sorpresa al cruzar el estero El Volcán, ya venía con mucha corriente de deshielo. A continuación, tuve un ascenso de aproximadamente 700 m hasta el siguiente paso. Como de costumbre, al cruzar al otro lado se descubría un escenario nuevo. La ruta atravesaba una gran meseta, rodeada de enormes macizos de piedra y abundantes restos de nieve. Sobresalían grandes piedras volcánicas.

Meseta con ceniza y restos de nieve
Llamativas flores rojas que brotaban junto a los cursos de agua

Al final de la meseta, el suelo pasa a estar conformado por diminutas piedras pómez. Después de una última subida empieza el descenso hasta un valle.

Suelo de piedra pómez

Después de unas horas descubro el famoso Volcán Descabezado. Para mi sorpresa hay un refugio cerca. Me acerco y salen a saludarme un grupo de aventureros, que recién llegaban de hacer cumbre.

Refugio Vegas del Blanquillo, al pie del Volcán Descabezado

Decido hacer la última subida del día hasta la Laguna Caracol. El sol se va ocultando entre las montañas y empieza a refrescar.

Vuelve el paisaje lunar al dejar atrás el volcán Descabezado

En la última hora de caminata pude disfrutar del hermoso Cerro Azul reflejado en la Laguna Caracol, con agua apacible y la compañía de algunos patos.

La Laguna Caracol, al pie del Cerro Azul

Ni bien dejé atrás la laguna, armé carpa junto a un arroyo. Elegí un lugar con pasto y tierra blanda. Parecía un sitio ideal. Pude contemplar la “hora dorada” reflejada en los imponentes cerros, que adquirían un color anaranjado.

Crepúsculo vespertino cerca del Volcán Descabezado y el Cerro Azul

Prácticamente no dormí esa noche. Apróximadamente a las 2 de la mañana me desperté, muerto de frío. Toqué la bolsa de dormir y estaba cubierta de escarcha. ¿Cómo podía ser? Había cometido un error de novato… acampé junto a un curso de agua y arriba del pasto. Entre la transpiración de la vegetación, la humedad del arroyo y la caída brusca de la temperatura, la carpa se había congelado. Literalmente, las botellas de agua tenían hielo adentro y la carpa estaba escarchada por ambos lados. Me puse todo el abrigo que tenía y resistí en posición fetal hasta que saliera el sol.

Día 19 (24,1 km)

Arranqué el día bien temprano, con un brusco ascenso de 500 m. Desde lo alto pude disfrutar de una de las mejores vistas de todo el GPT: la Laguna Caracol, turquesa, sobre el valle gris; varios cráteres a baja altura, uno de ellos con agua, al fondo las montañas nevadas.

Vista digna de postal hacia la Laguna Caracol

Después de esta dura subida, el camino adquiere relativa facilidad. Entré a un largo valle. Me llamaron la atención unas enormes piedras de origen glaciar, distribuidas a lo largo. Pasé por la última laguna, la Laguna de los Hornos, y por el último volcán, el Hornito. Después de un paso fácil comenzaba un largo descenso de ceniza hasta la ruta.

Descenso de 1000 m por ceniza

La huella zigzaguea en bajada y a medida que va perdiendo altura aparecen los coirones y finalmente los cipreses. Llego así al área de una hidroeléctrica.

Camino vehicular del área Los Cipreses

A esta altura de la travesía necesitaba comprar medias nuevas, porque las mías estaban totalmente destruidas. También tenía que comprar víveres y retirar plata en efectivo. Así que el plan era llegar a la ruta principal y desviarme hasta alguna localidad.

Ocurrió algo inesperado cuando llegué a la zona residencial de la reserva. Accidentalmente dejé caer el GPS. Fue el error mío de no llevarlo colgado con una cuerda. Una hora después me percaté de que no lo tenía y cuando regresé al lugar lo había arrollado un auto… ¡qué mala suerte! A eso de las 17 hs, tomé un micro a Talca.

Día 20

El día siguiente lo dediqué a resolver el problema. A través de Facebook, contacté a una persona que vendía GPS en la zona. Convenimos un precio por un modelo usado. Finalmente nos encontramos en la localidad de Cauquenes, donde hicimos la transacción. La operación fue todo un éxito. Ya podía continuar mi travesía.

Día 21 (10,1 km)

Con víveres, GPS, efectivo y medias nuevas, me lancé a continuar mi gran caminata. Regresé a la pequeña zona residencial de Los Cipreses y recorrí un sendero que iba siguiendo el Río Maule por la margen norte.

El caudal del Río Maule es regulado por pequeñas represas

El camino estaba bastante erosionado y en algunas partes se borraba. La caminata era agradable, siempre dentro de bosque. En determinado momento llego a una zona con casas rústicas y el GPS me marca que tengo que atravesar un alambrado. Empecé a aplaudir, a fin de pedir permiso, pero no salía nadie. Lo gracioso es que había un pavo y cada vez que aplaudía el pavo me contestaba con un glugluteo. Con el pavo como testigo, no me quedó alternativa que saltar el alambrado. Después había una tranquera cerrada e hice lo mismo. Me sentí muy incómodo. Descendiendo por un camino, me crucé una señora y le expliqué mi situación. Me dijo que no me preocupara y me indicó el camino. Así llegué al camping de las Termas El Médano, donde pasé la noche.

Sección n° 7: “Laguna Dial”

Día 22 (40,3 km)

Al día siguiente, la ruta sigue por camino pavimentado, a través del valle del Río Maule. En determinado momento, dejo atrás el río y doblo a la derecha. Hay un edificio y unas rejas. Pido permiso al cuidador y me autoriza a pasar.

Los primeros 11 km fueron de ruta asfaltada

Las próximas horas camino un poco sobre huella vehicular hasta que el valle se divide en dos. Cruzo un arroyo a la izquierda. Luego otro más, pero este viene con mucha más fuerza. Tengo que buscar el punto más apropiado para el vadeo. Elijo una parte con grandes piedras en el medio, con lo cual el flujo de agua se divide y por lo tanto corre con menos fuerza. El agua me llega hasta la cintura. Con los bastones firmes y la ayuda de unas grandes piedras, consigo hacer el vadeo.

Vadeo del primer arroyo, antes del mediodía
La huella me conduce hasta el final del valle

Ya al final del valle, me encuentro en un callejón sin salida. Tengo que empezar a subir. La subida me lleva aproximadamente cuarenta minutos. Arriba descubro un hermoso paisaje de meseta con coirones y mallín.

Acceso a la meseta después del ascenso

Lo que sigue del día es un camino fácil, por sendero en bajada, a través de grandes pampas de altura, rodeado de bellas montañas. Es un día con viento y las nubes pasan ocultando el sol.

Descenso gradual por pampas de altura

En determinado momento desciendo a un valle con mucha humedad. Veo a lo lejos unos jinetes arriando ganado. Fue mi primer encuentro con arrieros de Chile. Me cruzo con uno de ellos que va a caballo, lo saludo y lo empiezo a seguir. Va muy rápido, acompañado de sus leales perros.

Siguiendo a un arriero al final del día

Alcancé a ver su humilde puesto, fabricado con unas pocas chapas. Adentro había un lugar para el fogón. Me quedé sorprendido porque su lecho era apenas una frazada a la intemperie. Así duermen los arrieros: bajo las estrellas. Dedican seis meses del año a vivir en la soledad de la montaña. Su única compañía son los animales. Cuando empieza a caer la nieve en otoño, bajan al pueblo con el ganado en una larga caravana de varios días. Quedé fascinado con la brava vida de estos hombres.

A eso de las 20 hs armo la carpa en las inmediaciones de un arroyo. Tengo los pies totalmente mojados por la humedad imposible de sortear en el valle. Sé que me encuentro muy cerca de la frontera con Argentina, a la altura del límite entre Mendoza y Neuquén.

Día 23 (30,9 km)

El día siguiente fue también de descenso por pampas de coirones. En determinado momento el sendero confluye con una huella vehicular menor. Puedo ver el Volcán San Pedro, impresionante, con grandes manchones de nieve.

Volcán San Pedro, objetivo de escaladores profesionales

Al mediodía llego a Carrizales. Paso por un puesto de carabineros, donde me registro y explico mi itinerario. Me invitan a tomar una sopa con pan. Me divierto conversando un rato. Los carabineros quedan fascinados con mis mapas y mi GPS. Me sugieren como recomendación que vaya a la Laguna Dial por el camino que se encuentra al otro lado del Río Guaiquivilo. Para mi es una ruta menos atractiva, ya que va por huella vehicular. Pero estudiando la ruta del GPS, vi que varios kilómetros adelante tendría que hacer un vadeo muy difícil. Una vez que llegué al río, me di cuenta que era imposible el cruce, así que el camino por huella de auto era obligatorio.

Río Guaiquivilo en la zona de Carrizales

Se acercaban nubes de lluvia. Armé la carpa entre unos arbustos grandes para obtener reparo. El suelo era muy duro para clavar las estacas, así que tuve trabarlas con piedras.

A la noche compartí fogón y carne a la parrilla con dos pescadores. Conversamos un buen rato y cuando se largó la tormenta cada cual se metió en su carpa.

Día 24 (45,8 km)

El día siguiente guardé la carpa todavía mojada en la mochila. Hacía frío y estaba nublado. Caminé varias horas por la huella vehicular de la margen oeste derecha del Río Guaiquvilio. En determinado momento, la huella llegaba a otro río y había que cruzarlo. Dada la dificultad de la corriente, me decidí por una ruta alternativa.

Recorriendo los valles, camino a la Laguna Dial

La ruta alternativa que ofrecía el GPS, era radicalmente diferente a la regular, aunque finalmente confluía con la Laguna Dial. Pasaba a través de valles distintos y cruzaba dos pasos de montaña. Si bien era una ruta más larga, me permitiría continuar los vadeos en zonas más próximas a las nacientes, y por lo tanto, serían más seguros para el vadeo.

Culebra en el valle del Río Guaiquivilo

Cambié de dirección y empecé a seguir una larga huella vehicular que iba ascendiendo progresivamente en la montaña. Luego de varias horas de caminata, llegué a otro río. Fue difícil, pero logré cruzarlo. Llegué a un valle con varias partes de bosque. Hace muchos años atrás era común la quema de árboles para favorecer la circulación del ganado. Los actuales bosques aislados de roble y lenga, son remanentes autóctonos, que sobrevivieron a esta antigua práctica.

Uno de los tantos bosques que atravesé aquel día.

En las últimas horas de caminata terminé embarrado hasta la rodilla. Los pequeños cursos de agua estaban desbordados, algunos de ellos escondidos entre el pasto. Había charcos enormes, imposibles de sortear. Terminé el día caminando en un bosque tupido, con sendero ancho y bien marcado.

Armé la carpa con algo de lluvia, bajo el reparo de unos árboles. Una vez adentro de la carpa ya podía relajarme. Me puse mis medias calentitas de lana y, tras una cena austera, me dispuse para el descanso.

Cena fría tras un día frío

Día 25 (14,8 km)

A la mañana la lluvia había terminado, pero el cielo todavía estaba blanco y la temperatura era baja. Seguí la caminata por el valle varias horas más. En el día me crucé varios rebaños de cabras. Me parecieron animales muy graciosos y también muy vulnerables. “Acá un puma se hace un festín”, pensaba. Alcancé a cruzar el arroyo principal a la mañana, cuando el caudal era relativamente bajo.

Rebaños de cabras a 1700 msnm
Lazo de alambre para atrapar pumas

En la noche había nevado en los cerros. El paisaje cambió y ahora todos los filos estaban teñidos de blanco. Me di cuenta que muy probablemente tendría que pasar por nieve. Efectivamente, el último esfuerzo notable del día fue un ascenso de 800 metros, pasando finalmente por nieve.

Los filos de los cerros estaban cubiertos de nieve

En la altura el viento soplaba con fuerza. Me puse todo el abrigo que tenía y aún así debía seguir en movimiento para no congelarme. Tenía los pies helados de caminar sobre nieve. Tanto que ya no los sentía. Cuando quise tomar fotos con el celular, el viento liquidó la batería en un segundo. Tuve que conectarlo al cargador externo para poder registrar el momento.

La cantidad de nieve aumentaba con la altura

En el paso, la nieve era bastante profunda y tenía la forma de una “ola”, debido a la fuerza moldeadora del viento. Elegí un buen lugar para pasar y tuve que caminar con extremada precaución. Del otro lado del paso, el viento cesó.

Montaña nevada del otro lado del paso

Cuando bajo empiezan a caer unas gotas. Mi prioridad es descender antes que me agarre una nevada allá arriba. A lo lejos, veo que sale humo del fondo del valle. ¡Era un puesto de arriero! Empiezo un descenso brusco de aproximadamente 700 m, por suelo muy húmedo y cursos de agua desbordados.

Ya en el valle, tuve que hacer el último vadeo del día. Cuando me acerco al puesto, sale un joven de adentro. “Pase a calentarse”, me dice. Salieron a recibirme varios perros.

Humilde puesto de arriero en el valle del Arroyo de Bagres

Fue así que conocí el puesto de Don Sermone. El dueño tendría unos setenta años. Lo acompañaba un matrimonio, Paula y Felipe, con un hijo y una hija. Ni bien entré al refugio, la señora Paula me invitó a tomar asiento junto al fuego y puso unos pescados secos a calentar a la parrilla. Me ofrecieron este manjar con pan amasado y unos mates.

Pescado salado a la parrilla

Yo rebosaba de alegría. No tenía forma suficiente de dar gracias por estar allí. Conversamos y tomamos mate toda la tarde. En realidad yo tomaba mucho más mate que el resto, incluso con yerba lavada, algo más propio de los argentinos. Al rato regresaron de la montaña dos hombres que trabajaban con Sermone.

Me llamó la atención la sencillez del refugio, resistente sin embargo a las condiciones más duras de la intemperie. El humo envolvía todo. Los asientos en torno al fogón estaban construidos con troncos cortados. Unos cueros de oveja hacían de cojín. Conservaban la carne salándola y colgándola hasta que seque.

Carne salada en proceso de secado

Para continuar el intercambio, convidé un chocolate que tenía y la niña se puso contenta. Quise ofrecer la poca comida que llevaba en la mochila, pero me dijeron que mejor la conservara para mi viaje. La señora me regaló una raíz que le ponían para darle gusto al mate. También me dieron pescado y pan para mis víveres. A la noche, los peones trajeron una pata de cordero y la hicieron al asador. Comimos cordero con la mano. Fue una jornada memorable.

Raíz para saborizar el mate

Día 26 (44,9 km)

Al día siguiente estaba el cielo despejado. Todavía algunas nubes seguían enredadas en torno a los cerros. Desayuné unos mates y me despedí de los puesteros cuando salían a trabajar. Antes de irme, quise pagar por los servicios ofrecidos, pero se negaron. El hombre de campo tiene asimilada la hospitalidad como un deber. “Algún día nos puede pasar a nosotros que nos agarre la lluvia”, me dijo la señora Paula. Así que di gracias, me despedí y continué mi viaje.

Aireando la bolsa de dormir en una mañana despejada

Todavía con el frío de la mañana, sigo las huellas de ganado que suben faldeando el cerro de enfrente. Detrás se esconde la Laguna Dial.

Subida al paso que me lleva hasta la Laguna Dial

Después de subir 500 m llego a una gran meseta. El cielo está totalmente despejado y ya hacer calor. Puedo disfrutar de una vista completa de la Cordillera en el límite con Argentina.

Meseta con vistas a la Cordillera en el paso a la Laguna Dial

Aparece la tan esperada Laguna Dial, encerrada en un cajón de montañas. La bajada es de unos 500 m aproximadamente, sin sendero.

Bajada a la Laguna Dial

Una vez en la orilla, me detengo a almorzar pescado con pan. El lugar es de una belleza singular. La sensación de estar en un lugar remoto es incomparable.

Almuerzo atípico: pescado seco con pan de campo

Después de un breve descanso, retomo la caminata. A partir de aquí mi ruta alternativa se une con la ruta regular. Debo seguir el río Cisternas en su margen Sur, todo a lo largo del valle hasta sus nacientes. Hay una huella de ganado bien marcada. En el camino me cruzo con grupos de vacas y algunas cabras.

Cabrita con su madre

Al final del valle tengo que subir aproximadamente 400 m hasta el último paso de la sección. Ya del otro lado, dejo atrás la Región del Maule e ingreso a la Región del Ñuble. El resto del día, el sendero es todo en suave bajada. Es una ruta fácil, muy agradable y bien marcada. Va siguiendo siempre el Río González, cruzándose a ambas márgenes. Los últimos vadeos del día el agua me llegaba hasta el ombligo. Hay algunas partes con barrancos empinados y mucha piedra.

Sendero a lo largo del Río González

En el día me crucé con algunas viviendas sencillas, comunicadas únicamente por senderos a caballo. Por supuesto, vivían sin electricidad. Como de costumbre, el sendero se vuelve más ancho al final.

Agradable sendero por bosque, en bajada gradual por el valle del Río González

En determinado momento, el Río González confluye con el Río Los Sauces. El agua es azulada. Cruzo un puente y sigo un rato por camino vehicular. Ya en zona residencial, armo campamento y me dispongo a descansar.

Anochecer cerca del Río Los Sauces

Día 27 (12,4 km) y 28 (conexión)

El día siguiente tuve una dificultad inesperada. A medida que aumentaba la temperatura de la mañana, empezaron a aparecer los tábanos. Estos son distintos a los típicos de Argentina de color negro. Son colorados, más grandes, lentos y ruidosos. En lo único que pensaba era en cómo deshacerme de estos insectos. Había menos en la sombra, pero nunca desaparecían. No solo había muchos, sino que me seguían. Cada tanto me paraba para matar uno por uno. Después de un rato volvían a juntarse a mi alrededor. Para colmo, en el bosque no había mucho viento que los alejara.

Ya había pasado puente inglés y seguí de largo. Mi objetivo ahora era ir a la ciudad a comprar zapatillas porque las mías estaban destrozadas. También quería escapar de aquel momento de super población de tábanos. Después de un par de horas de hacer dedo, por fin un poblador se detuvo con la camioneta.

En Chillán cargué el teléfono, compré comida para 7 días días y zapatillas nuevas.

Me enteré que el Volcán Chillán se encontraba en alerta naranja. Mi preocupación era no poder hacer la sección siguiente, ya que la ruta pasa por al lado del volcán.

Regresé al sendero tomando dos micros: uno de Chillán a San Fabián y otro de San Fabián a Puente Inglés. Una vez allí, armé campamento.

Supe de una triste noticia: se está por construir una represa en la zona de Puente Inglés. Lamentablemente, en unos pocos años el valle quedará totalmente inundado y los pobladores tendrán que dejar sus casas. Pero esa es otra historia.

Sección n° 8: “Volcán Chillán”

Día 29 (42,4 km)

La siguiente sección empieza cruzando el famoso “Puente Inglés”. El sendero va bordeando el río por la ladera de un cerro, siempre por bosque. Luego confluye con una huella vehicular.

El famoso Puente Inglés

En determinado momento el Río Sauce se une al Río Ñuble, que da nombre a la región. A lo lejos se ve el cordón de montañas del Volcán Chillán.

Río Ñuble. Al fondo, el cordón del Volcán Chillán.

Llegué a la población rural El Roble antes del mediodía. Un cartel indicaba que había que hacer registro obligatorio en Carabineros. Mi temor era que no me dejaran pasar por el volcán en actividad, pero el carabinero me dijo que no había inconveniente. Solo tenía que tener cuidado. Me quedé pensando: “¿cómo hago para tener cuidado si entra en erupción conmigo arriba?” Después de registrar mis datos, fui invitado a compartir un desayuno con los carabineros y sus familias.

Huella vehicular siguiendo el Río Ñuble

El resto del día sigo una huella de auto que me conduce hasta cerca del límite con Argentina. El camino transcurre por un bello bosque de lengas, muy de estilo patagónico. En determinado momento, se abre un sendero poco marcado y tengo que vadear el Río Ñuble. El agua me llega hasta la cintura apenas entro. La transparencia permite ver el fondo, pero esto engaña. El río corre con mucha fuerza. Los bastones tiemblan a sacudidas cuando los clavo entre las piedras. Con cada paso me arrastra un poco más la corriente. Es imposible. Intenté dos veces. Tal vez no es la época del año adecuada para cruzar el río, o tal vez fueron los días de lluvia.

Río Ñuble: imposible de vadear

Por suerte tenía un plan “B”: tomar una ruta alternativa. Era radicalmente distinta a la ruta regular, ya que no pasaba por el volcán Chillán. Se reencontraba con la ruta regular a pocos kilómetros de la Laguna de la Laja.

Fin de la huella vehicular, cerca de la frontera con Argentina

Seguí el río Ñuble a lo largo del valle y mucho más arriba lo tuve que vadear, pero a esa altura ya era mucho más sencillo. En determinado momento, me separo del camino de auto y sigo una huella de animal por el bosque. Es un paisaje bello, con bosques de lenga y áreas de mallines. Al pasar por un corral, unas vacas celebraron mi llegada. ¿Creerían que las iba a liberar?

Después de un sector de bosque quemado, llego a una zona con piedras dispersas, ya sin sendero. Me interno a campo traviesa en dirección a las montañas de mi derecha. Mi intención es encontrar la entrada de la huella que sube por el cerro y acampar por ahí cerca. Por lo que veo, el track de GPS estaba desactualizado. Me indicaba que debía pasar por un lugar tapado de caña. Recorrí un poco el lugar, hasta que por fin encuentro una huella que asciende entre los árboles. Cerca hay un sector de acampe y una pequeña mesa rústica, que seguro usan los arrieros. Hay un pequeño chorrillo con agua buena para beber.

Área de acampe escondida a metros del ascenso por el cerro

Con todo lo necesario, agua y sendero verificado, me fui a dormir tranquilo.

Día 30 (28,4 km)

El día siguiente fue muy demandante físicamente. Hasta el mediodía tuve una subida larga de 1000 m. Por suerte, cada tanto el sendero iba faldeando la montaña, lo que me dejaba un respiro.

Sendero faldeando la montaña en el bosque de lengas

En el medio del cerro encontré un refugio de arriero. Estaba cerrado con chapas, tenía techo, lugar para fogón y mangueras que canalizaban el agua de una vertiente. En un momento me confundí y seguí una huella que conducía a una zona de veraneada. Cuando consulté el GPS me di cuenta que había caminado una hora mal y tuve que regresar.

Vista atrás hacia el valle, superado el límite de vegetación

Fui ascendiendo hasta llegar a la lenga achaparrada en dirección al paso. Superado el límite del bosque, tuve que pasar por varios mallines con mucho olor a podrido y vacas pastando. El tan esperado paso estaba a 2268 msnm, entre los Cerros las Águilas y el Cerro Feo. El viento soplaba fuerte.

Paso entre el Cerro Águilas y el Cerro Feo. Al fondo se ven nubes de tormenta.

Hasta allí todo normal, pero luego venía la parte más difícil. No había sendero del otro lado. Cada tanto distinguía alguna el rastro de una huella antigua, pero estaba totalmente en desuso. Es evidente que del otro lado del paso no había más circulación de ganado, con lo cual la naturaleza había ido tapando todo.

Descendiendo entre mallines sin sendero

Después del mallín, llegué a un laberinto de lenga achaparrada. Seguí unas pircas que encontré y algunas marcas de machete, pero las señales humanas eran inconstantes. Tuve que luchar mucho con las ramas. En el día, me crucé varias huellas de puma.

Huellas de felino merodeando en la Reserva El Ñuble

Aproximándome a un bosque, encontré varias marcas amarillas en forma de flecha. Luego supe que se trataba de un sendero, que tras un incendio reciente, había quedado sin mantenimiento.

Marcas amarillas del sendero, actualmente en desuso

Una vez que terminé el descenso, llegué a un valle. La dificultad todavía no terminaba. A primera vista la ruta parecía fácil: campo traviesa por pampa. Pero no había nada de ganado. Esto significa que el pasto había crecido y tenía un metro y medio de alto. Para colmo, había pozos y cursos de agua ocultos, así que había que prestar mucha atención a cada paso. Atrás mío se aproximaba una gran nube de tormenta y se empezaban a escuchar los truenos.

Caminata por pasto alto. Atrás se aproximaban nubes de tormenta.

En determinado momento el pasto desaparecía y en su lugar había un musgo colorado sobre tierra firme. Los árboles estaban pelados. Era el paisaje de un incendio, con el musgo característico que crece sobre la ceniza. Se me facilitó mucho el andar. Encontré un rastro de caballo reciente y lo empecé a seguir entre los troncos quemados.

Bosque quemado de roble en la Reserva Nacional El Ñuble

La nube me alcanzó y se largó a llover. Caminé un par de horas con campera impermeable, pero como es sabido, tarde o temprano uno se moja igual. De pronto, pude divisar un puesto rústico de carabineros, con la bandera de Chile flameando. Me apresuré a tocar la puerta. Desgraciadamente no había nadie y se desvanecieron mis esperanzas de encontrar reparo. Armé la carpa bajo unos árboles. Fue el día más agotador de toda la travesía, tanto física como psicológicamente.

Día 31 (22,3 km)

Al día siguiente la tormenta había pasado de largo y estaba despejado. Seguí la huella de caballo hasta que resurgió el sendero. Un cartel con la inscripción “Roble Huacho” me indicó que estaba en un área mantenida. Observando las pistas del GPS, pude ver que del cartel salía una bifurcación hasta una laguna de altura. Si alguien desea realizar esta travesía, el secreto está en ir siempre por arriba del filo y no descender al valle, sino hasta llegar a la laguna. Pero esto lo supe estudiando bien la ruta una vez en casa.

Un cartel me indica que voy por buen camino

Después de una hora de caminata, llegué al Río Polcura. Lo vadeé sin problema. A partir de aquí, dejo atrás la Región de Ñuble e ingreso a la Región Bío Bío. El cielo está despejado y con la sola caminata se fue secando mi calzado.

Río Polcura que marca el límite entre la Región del Ñuble y Bío Bío

Me encontré con un guardaparque, que se encontraba de vacaciones. Había estado pescando y se iba a dar un festín de truchas con la familia. Conversé un rato con él y me contó que el incendio databa de 2012. A partir de entonces, la zona había dejado de ser transitada, lo cual explica la falta de mantenimiento. Le conté que mi plan del día era llegar a la Laguna de la Laja. Allí me indicó por dónde tomar el sendero.

Truchas arcoiris pescadas en el Río Polcura

Después de cruzar la ruta, empiezo a subir por el Sendero “Los Ratones”. El ascenso es de unos 500 metros por bosque agradable de roble y lenga.

Sendero Los Ratones, en dirección a la Laguna de la Laja

En determinado momento dejo atrás el bosque y entro en un largo valle de pampa de coirones. A lo lejos se ve la Laguna de la Laja, adornada con la cumbre del Volcán Antuco al fondo. Descubro que en la cabecera del lago hay una casilla bien construida. Al llegar, salió un señor. “Venga a comer tortas”, me dice. Es el arriero Juan, que me recibe con toda su hospitalidad. Estaba con sus perros y sus caballos, descansando de la jornada de trabajo. Me invitó a pasar a su puesto y a calentar agua en el fuego. Fue una tarde agradable, con mucha conversación y mate. Me contó que tenía un amigo arriero del otro lado de la montaña, del lado argentino y que viajaba allí a menudo a caballo.

Compartiendo merienda con el arriero Juan

Me contó que ya había anticipado mi presencia, porque pudo ver mis huellas. También me contó que hace poco le habían robado unos caballos, pero identificó de dónde venían los ladrones por el rastro y logró tenerlos de vuelta. Quedé totalmente sorprendido. Por más trekking que yo haga toda la vida, nunca voy desarrollar tan bueno ojo como este señor de campo.

Aquel atardecer, pude disfrutar de una vista única a la laguna con el volcán Antuco de fondo. Armé la carpa debajo de unos árboles para evitar la humedad de la pampa.

Crepúsculo vespertino en la cabecera norte de la Laguna de la Laja

Día 32 (38,5 km)

Durante la noche se había escapado un caballo. Juan me contó que iba a ser fácil encontrarlo siguiendo el rastro. Después de desayunar unos mates, me despedí y seguí mi caminata.

Lo que seguía se llama “Travesía Polcura”. Es un sendero que va pasando por los filos de los cerros alrededor de la Laguna de la Laja, hasta la estación de ski Antuco. Fue la una de las travesías más demandante de todo el Sendero Gran Patagonia y también una de las más bellas.

Primera laguna antes de ascender por la Travesía Polcura

Tras pasar por una primera laguna, comienzo un ascenso sumamente empinado de 600 m. A Partir de allí, la ruta es amena, siguiendo los filos de los cerros entre coirones y lenga achaparrada.

Descanso tras el primer ascenso de la Travesía Polcura

Arriba sopla el viento con fuerza. Me siento muy chiquito ante la inmensidad de la montaña. A medida que avanzo, voy descubriendo lagunas ocultas, rodeadas de bosque de altura.

Al fondo, la Laguna de la Laja. Más cerca, una gran laguna solo visible desde la altura.

En determinado momento el sendero se bifurca y un parte desciende hasta un valle boscoso. La ruta regular que me indica el GPS sigue por las laderas de los cerros. Ya en un terreno de piedras, hago cumbre a 2191 msnm. El viento sopla con tanta fuerza que es casi imposible permanecer en pie.

Vista a 2191 msnm

A partir de allí ya no había sendero marcado. Delante mío, una gran nube se movía con velocidad e iba envolviendo los picos del cordón montañoso. ¡Yo tenía que pasar por ahí! Decidí esperar un rato y cuando la nube había pasado de largo, me dispuse a continuar. De golpe, en un instante, me vi envuelto por otra nube… me había alcanzado. Sentí que había ingresado en una dimensión paralela. Me encontraba envuelto en un manto blanco, con visibilidad limitada, mucho viento, humedad y un frío helado que penetraba hasta la última capa de mi ropa. Tenía que salir de allí lo antes posible.

Llegando a la Laguna La Lágrima en medio de una nube de montaña

Cuando la nube se disipó, el paisaje cambió totalmente. Había regresado a la dimensión normal. Descubrí uno de los paisajes más hermosos y coloridos de todo el Sendero Gran Patagonia. Se veía la Laguna Los Cóndores, la Laguna Toro, los bosques de lenga que caían sobre las laderas de los cerros, la Laguna de la Laja, y coronando la escena, el Volcán Antuco y la Sierra Velluda, de tinte violáceo, con la Cordillera de los Andes en el fondo.

Una de las vistas más espectaculares de todo el Sendero Gran Patagonia. Al fondo la Laguna de la Laja y el Volcán Antuco.

Superada la parte más alta y rocosa, empieza un descenso abrupto. Tengo que usar las manos y bajar sentado. Después de un rato, reaparece un sendero de animal. Estoy en un paisaje de ensueño. El camino se vuelve más fácil y llevadero.

Sendero al borde del barranco. Al fondo se ve la Sierra Velluda.

Después del último mallín de altura, entro a la zona de los “tubos”. Le dicen así a los senderos pisoteados por el ganado, que adquieren forma de canaleta, en medio de la lenga achaparrada.

Descenso por los “tubos”

El descenso es bastante empinado a lo largo de unos 600 m aproximadamente. A continuación viene una zona llana por bosque de lenga. Una vez que me despido del bosque, empieza la huella vehicular. Atravieso el Mallín del Toro, con mucho barro y mucha agua. Antes de la bajada a la ruta, paso por un largo campo de ceniza volcánica.

El Volcán Antuco y la Sierra Velluda desde el Mallín del Toro

Pasé la noche en el camping de la CONAF. Me recibieron Bernabé, Fernando y Martín, los dueños de la concesión. Me invitaron a cenar juntos y nos quedamos conversando varias horas. A la mañana siguiente me quedé desayunando con mate y seguimos la charla. No puedo estar más agradecido. ¡Nos hicimos tan amigos que al final no me querían cobrar! Por supuesto, no lo permití y pagué igual. No puedo estar más agradecido.

Fue aquella noche que escuché por primera vez acerca de otro caminante que hacía el Sendero Gran Patagonia. Me dijeron que era de Europa y llevaba un GPS al igual que yo. Nunca me lo crucé. Hasta ahora, las personas que conocí en el sendero fueron todos pobladores. Me habían advertido que en Chile podía haber desconfianza hacia mi por ser argentino, pero resultó todo lo contrario. Por donde pasé, siempre encontré una excelente hospitalidad.

El objetivo próximo era cruzar el Volcán Antuco y llegar a la localidad de Trapa Trapa. Ya habían pasado 31 días desde que salí de Santigo y recién iba por la mitad de la travesía.

Continúa en la tercera parte.

Ir a primera parte.

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